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Interes General

Identidad de género. Una transformación personal y social sin retorno

En la vida diaria, en la academia, en los diccionarios, la revolución de la identidad aún está en marcha y alimenta más de un debate

La historia de Kalym Adrián Soria, el primer hombre trans que recibió su DNI en la Argentina.

 

“Mujer no se nace, se llega a serlo”, decía Simone de Beauvoir en El segundo sexo (1949), poniendo de manifiesto el rol central que tenían en la construcción de la identidad individual las demandas ejercidas por la sociedad y los roles culturales asignados a cada uno de sus integrantes, más allá de su sexo biológico. La puesta en evidencia de esas “instrucciones” para ser –considerados– mujer u hombre por los demás, y las infinitas acciones cotidianas con las que aceptamos o rechazamos esas propuestas, de carácter más o menos obligatorio, son parte de un proceso de transformación social revolucionario y que avanza a pasos agigantados al compás de las nuevas generaciones, uno cuyos alcances son difíciles de predecir, pero ciertamente claros de reflejar en las primeras dos décadas del siglo XXI.

 

 

Si bien el término “identidad de género” llegó por primera vez a los medios desde la psiquiatría en los Estados Unidos, en 1966, pasarían cerca de tres décadas hasta que la obra de pensadoras como Judith Butler, que hacen eje en la cualidad performativa de la identidad –algo así como la transformación del sustantivo en verbo, volviendo a las palabras de Beauvoir– lograran atravesar los círculos académicos, tanto en Francia (con gran incidencia del estructuralismo y el psicoanálisis) como en Estados Unidos (acompañando el auge de los Women’s Studies, la crítica literaria y la teoría queer) para arribar a la esfera pública de la mano del activismo por los derechos civiles del colectivo LGBTQ y del feminismo y, cuando no, de la cultura popular, comenzando a puro revuelo con el thriller El juego de las lágrimas (1992).

 

 

El cine y la televisión lentamente se desprenden de antiguos estereotipos para incluir un abanico más amplio del espectro de la diversidad. Laverne Cox (Orange is the New Black), Nicole Maines (Supergirl) y Mariana Genesio (Pequeña Victoria), tres mujeres trans, han conquistado el mundo del espectáculo.

Desde entonces, otros conceptos surgidos de los estudios de género han entrado en el uso corriente para dinamitar certezas y provocar todo tipo de debates, como recientemente el lenguaje inclusivo en las instituciones educativas. Nuevas conceptualizaciones como “heteronormatividad” (la presunción de heterosexualidad) que se analizan en términos prescriptivos equivalentes al patriarcado, y la diferenciación entre sexualidad y género, así como el uso de categorías como “cis” y “trans” (que definen la coincidencia o disidencia de la identidad de género con el sexo biológico) están transformando los ejes de la conversación en los hogares, impulsados por la visibilidad de la problemática en los medios de comunicación y en la TV y el cine, aunque incipientemente en la política.

 

Una clase sobre identidad de género en la ficción 100 días para enamorarse, de Telefe.

En la Argentina, antes de la sanción de la ley de identidad de género, promulgada en 2012 –dos años después de la matrimonio igualitario, otra legislación que colocó al país a la vanguardia del continente en términos de ampliación de derechos–, un puñado de personas habían logrado mediante amparos impulsados por distintas ONGs que el Estado nacional reconociera el derecho a que su documentación reflejara su identidad, sin cirugías ni otro requisito que la constatación de “la vivencia interna e individual del género”, como luego lo definiría el texto de la ley 26.743. “La felicidad es una construcción. Y yo peleé para construir mi identidad”, explicaba la actriz Tania Luna cuando le entregaron su DNI en 2010. Pocos días después, en el Senado, también recibió el suyo Florencia de la V, cuya presencia recurrente en la pantalla chica desde la tira Los Roldán la encarnó en el símbolo de un reclamo que también tenía como objeto primordial el pedido de obligatoriedad de la atención médica pública y gratuita, esencial para un colectivo con una expectativa de vida que no superaba los 40 años (De la V había comenzado su carrera como vedette en el teatro de revistas reemplazando a Cris Miró, quien murió en 1999, la primera artista trans en llegar al circuito comercial en nuestro país).

 

 

Hasta mayo último, en estos siete años transcurridos desde la sanción de la ley, 8735 personas han realizado el trámite en el Registro Nacional de las Personas para cambiar su documento en nuestro país. La próxima frontera en la conversación pública está dada por la ruptura del binarismo: la “percepción” como norma cultural es un concepto que las nuevas generaciones manejan con una fluidez –adjetivo que marca buena parte de nuestro presente líquido– que, a los mayores, aún aferrados a etiquetas que caen en desuso, miran para entender.

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