
Jorge es cordobés, nació en Río Cuarto, pero se crió en un pueblo, Coronel Moldes. Su padre era comerciante, no había militares en su familia. Desde chico quiso lucir el uniforme del Ejército. Después de cumplir con la conscripción, en 1979 ingresó al Colegio Militar en El Palomar. El 2 de abril de 1982, cuando era cadete de cuarto año, los reunieron en el patio y les informaron que Argentina había recuperado las islas Malvinas. Cinco días después, adelantaron el egreso de su promoción. Como subteniente, fue destinado a reforzar el Regimiento de Infantería 4 de Monte Caseros, en Corrientes. Muy pronto, lo que tanto deseaba se hizo realidad: fue enviado a Río Gallegos y, el 26 de abril, llegó a Malvinas.
Cuando amaneció y cesó el bombardeo al aeropuerto, Pérez Grandi tomó un Unimog y le pidió a un soldado que manejara hasta la escena de la batalla. Con él llevó su cámara y agotó el rollo: “Era una Kodak, de esas chiquitas, de plástico gris y negro, de las que se ponía y sacaba el rollo por una puertita que tenían detrás. La tenía desde el Colegio Militar, y la llevé. Ahí saqué fotos, se ve una pared amarilla con las esquirlas... En el hipódromo tenía otras, estoy con casco, fusil y unas botas de goma que le saqué a unos ingleses. Eran de pesca, así que las corté a la altura de la rodilla. Me fueron útiles más adelante, en la posición que tenía me protegieron del barro. Recién me las saqué dos días antes de que me hirieran porque ya me pasaba el frío, de tan extremo, y me puse borceguíes”.
En los últimos días en el Monte Wall, el teniente Martella se hizo cargo de la sección. Darwin había caído, y les ordenaron retirarse hacia el monte Dos Hermanas. “Sabíamos que los ingleses ya estaban camino a Puerto Argentino”, explica. Con los bolsos de armamento, llevaron una oveja que habían carneado. “A pesar de la orden del generalato de no matar ovejas, si aparecía una yo ordenaba matarla para alimentarnos mejor. La comida escaseaba y no teníamos las suficientes calorías para pasar todo el día. Y el frío cada vez era peor”, añade.
Cuando llegaron a la cima del Dos Hermanas, un Sea Harrier los atacó, pero no alcanzó a ninguno. A la mañana siguiente, una tormenta de nieve cubrió la zona. Era el 1 de junio. Desde su posición, Pérez Grandi podía ver a los ingleses acercándose. “Éramos la vanguardia de la defensa de Puerto Argentino. A mí me habían ordenado que mi posición era de sacrificio… de sacrificio hasta las últimas consecuencias”, recuerda. Sobre el monte Dos Hermanas se formaba una especie de planicie, explica Pérez Grandi. Allí cavaron pozos de zorro y dispusieron una ametralladora MAG apuntando hacia el llamado “río de Piedra”, que separa al Dos Hermanas del Monte Kent. De repente, aparecieron dos helicópteros ingleses. Querían colocar piezas de artillería. “Hicimos fuego reunido y levantaron las piezas y se instalaron detrás del monte. Como consecuencia de ese ataque, me trajeron una ametralladora Browning, la que se usaba en la Segunda Guerra Mundial. Fue muy útil y la manejaba yo”.
Ya era el 11 de junio. Contrariamente a lo esperado por los ingleses, que pensaron que encontrarían a los argentinos durmiendo, la sorpresa fue para ellos. Pérez Grandi recuerda todo como si hubiera sucedido ayer: “Me adelanté hacia una roca y arrojamos una bengala. Ellos se dieron cuenta de que habíamos detectado su avance. Les disparamos con un lanzacohetes y salieron corriendo como seis o siete ingleses. Habrán sido media hora o 40 minutos de combate. Yo estaba cuerpo a tierra y las municiones trazantes me pasaban a dos metros de la cabeza. Esa noche murió el cabo Gómez combatiendo, era el jefe del tercer grupo de tiradores de mi sección. Y tuve que dejar en el lugar al soldado herido en la espalda, era arriesgado trasladarlo porque para eso necesitaba dos o tres soldados y podían caer. Además, ya sabíamos que los británicos trataban bien a los heridos argentinos”.
Ensangrentado y “creyendo que mis horas estaban contadas”, Pérez Grandi ordenó el repliegue a Puerto Argentino de sus hombres. Pero uno de ellos, el soldado Barroso, se acercó y le dijo “no, mi subteniente, me quedo a morir con usted”. Las palabras del veterano se cortan por la emoción: “Tuvimos un intercambio de malas palabras, que no voy a pronunciar ahora. Pero se quedó. Fue hasta un jeep Unimog que estaba destruido y rescató un bolsón porta equipo. Desparramó ropa arriba mío, porque yo sentía frío, lloviznaba, y me dio para tomar un poquito de whisky, porque el último día habíamos recibido unas raciones, y como yo ni fumaba ni tomaba, al whisky se lo daba a los soldados… Llegó un momento en que empecé a sentir como que ya me iba de este mundo”.
Ya era la madrugada del 12 de junio, y faltaban unas horas para que saliera el sol. Llegaron hasta las proximidades de Puerto Argentino, donde había un grupo de artillería, lo subieron a un Unimog y lo llevaron al hospital. “Me pusieron en un salón grande, junto a varios heridos. Me cortaron todo el uniforme y me sacaron los borceguíes. Barroso seguía a mi lado. Le di mi documento y le dije ‘entregáselo a mi viejo y decile que lo quiero mucho’”.
En la capital de Santa Cruz estuvo dos días más y voló a Buenos Aires. El cuadro de Pérez Grandi era de gravedad. Lo llevaron de inmediato a la terapia intensiva del Hospital Militar. Tenía las dos piernas y el brazo derecho enyesados. “El coronel Moore, el jefe de traumatología, me sacó una placa para ver todo. Y descubrió que tenía gangrena en el muslo de la pierna izquierda. De urgencia me llevaron a la sala de operaciones. Me limpiaron y sacaron parte del muslo, con dos cortes un poquito arriba de la cadera para impedir que la gangrena avanzara”.
Hoy, Pérez Grandi, a los 64 años, tiene las secuelas de la guerra a flor de piel. En solo dos de los dedos de su mano derecha tiene sensibilidad, en el resto, nada. Después de su recuperación, que demandó en total un año, lo destinaron al Regimiento de Patricios. “Yo quería ser un oficial de tropa, y veía que no iba a poder. Así que me puse a estudiar Derecho y pedí el retiro como Teniente”. Se recibió de abogado y más adelante hizo un máster de Derecho Intelectual en Chicago, Estados Unidos. Se casó, se divorció, tuvo una hija en Estados Unidos y dice que, aún hoy, Malvinas lo persigue: “Mi madre murió un 14 de junio, el día que terminó la batalla. Y mi hija nació un 10 de junio, el día del reclamo de nuestra soberanía en las islas. Eran las 11.58 y le pedí al obstetra peruano si podía nacer antes del 11. Y dijo que sí. A mi hija le pusimos María Paz”.
Cuando Pérez Grandi se replegó del monte Dos Hermanas con su sección, dejó el bolso con sus pertenencias. Entre ellas, la cámara de fotos. Años más tarde, por medio de un oficial inglés, se enteró de que los gurkhas se habían encargado de la limpieza del campo de batalla. “Todas nuestras cosas personales las dejaron en un galpón grande. Por supuesto, cada uno se llevó un souvenir”.
No se llevaron todo. Hace diez años tuvo una sorpresa. “El cabo Urbieta y otros soldados fueron a Malvinas y recorrieron nuestras posiciones. Y encontraron un cepillo de uñas que era mío. ¿Sabes cuál fue su importancia? En los últimos días estábamos todos sucios, embarrados. Ni enmascaramiento necesitábamos. Ya habíamos perdido los guantes… Entonces yo calentaba agua, agarraba una media mía y pasaba, posición por posición, para que lavaran las manos y las uñas con ese cepillo. Cuando me lo trajeron, sentí una gran emoción…”.
A través suyo, el soldado Oscar Bauchi recuperó una carta que escribió desde las islas, que nunca envió y fue llevada a Inglaterra, subastada y adquirida por un coleccionista británico. Y otro, Jorge “Beto” Altieri, que en 2019 se había reencontrado con su casco, pudo volver a tener en sus manos el diario donde dejaba por escrito su día a día en la guerra.
Kendrick formaba parte del Ejército Británico, era Lance Corporal del Royal Corp of Transport 52. Durante la guerra estuvo a bordo del buque Sir Geraint. En total, estuvo en Malvinas cinco meses y medio, ya que permaneció en forma voluntaria luego del 14 de junio, fecha en que cesó el combate. Por su rol en el conflicto, recibió un diploma por parte de la Reina Isabel, que enmarcó con orgullo. En las consideraciones señala que “siempre se destacó por su alegría y su capacidad para animar a los demás. Tenía un sentido del humor contagioso y a menudo era una fuente de inspiración para los que le rodeaban durante los largos, agotadores y a menudo aterradores días en las aguas del estrecho de San Carlos”. Hoy Kendrick vive en Australia y tiene una enfermedad renal. Hace diálisis y poco tiempo atrás le tuvieron que amputar una pierna. Desde la cama de un hospital le envió una fotografía a Agustín luciendo la camiseta argentina de Messi que él le envió. Y con una sonrisa.
Jorge Pérez Grandi reconoce que no es demasiado demostrativo. Pero aunque recién en los últimos tiempos pudo volver a hablar de su experiencia en Malvinas, agradece el reencuentro con las fotos. “Yo no quería estar todo el tiempo en 1982. Trato de guardarme las cosas adentro. Pero tengo que volver siempre, porque cuando me levanto y me quiero abrochar el pantalón tengo problemas para hacerlo o dolor en las piernas. Y es por Malvinas, ¿entiendes? Estas imágenes son algo muy especial, porque cierran algunas cosas de mi vivencia en las islas. Pero más allá de eso, hoy lo que agradezco es estar vivo y ver el sol cada día”. Pero tiene un sueño: regresar alguna vez al monte Dos Hermanas. A su posición. Llevar a su hija y a su hermano (“mi primer fan”, aclara), y contarles, en el campo de batalla, lo que hizo en la guerra.
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