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De Tierra del Fuego al océano profundo: el rol de un investigador local en un hallazgo histórico

Durante veintidós días, un grupo de científicos argentinos navegó a bordo del buque Falkor para adentrarse en un territorio casi inexplorado: el cañón submarino de Mar del Plata. Lo que comenzó como una campaña de recolección de muestras terminó convirtiéndose en un fenómeno de divulgación científica sin precedentes, con más de diecinueve millones de reproducciones en vivo y un eco que aún resuena en aulas, laboratorios y redes sociales.

Ignacio Chieza, biólogo marino del CADIC-CONICET, recuerda la adrenalina de aquellos días. “No imaginábamos que la transmisión en directo iba a despertar tanto interés. Al principio veíamos apenas doscientas o trescientas personas conectadas; después los números se dispararon y todavía los estamos procesando”, contó.

La clave del éxito fue la tecnología. Por primera vez en esta región se utilizó un ROV, un vehículo operado a distancia que permitió recorrer las profundidades con precisión quirúrgica. “Teníamos redes de arrastre listas, pero la calidad del material que nos brindaba el ROV nos llevó a dejar de lado los métodos clásicos. Podíamos decidir en el momento dónde muestrear y ver el hábitat exacto de cada organismo, algo imposible con una red de pesca”, explicó el científico.

El resultado fue asombroso. El equipo calcula que se identificaron al menos cuarenta posibles especies nuevas, entre ellas un imponente pepino de mar de tono violeta, pariente de otro ejemplar descripto hace una década. Las imágenes, obtenidas en la más absoluta oscuridad del fondo oceánico, también registraron interacciones inéditas entre invertebrados, valiosas para la biología del comportamiento y para comprender la dinámica de un ecosistema casi desconocido.

El material recolectado, conservado en condiciones óptimas gracias al trabajo del ROV, fue distribuido en instituciones de todo el país: el Museo Argentino de Ciencias Naturales, las facultades de Ciencias Exactas de Buenos Aires, La Plata, Mar del Plata y Córdoba, entre otras. “Son muestras que alimentarán tesis doctorales, papers y proyectos durante décadas. Ya no dependemos de salir a buscarlas; los estudiantes pueden presentarse a becas sabiendo que el material existe y está disponible”, destacó Chieza.

Mientras el equipo científico lidiaba con corrientes, turnos de recolección y la delicada maniobra de la “manito” robótica, en tierra firme se gestaba otro descubrimiento: el interés del público. Maestros de distintas provincias incorporaron las transmisiones en sus clases, motivando a niños y adolescentes a seguir cada inmersión. “Quizá lo más valioso fue contagiar pasión”, reflexionó Chieza. “No importa si quienes se engancharon terminan siendo científicos o no. Lo importante es mostrar que cualquier cosa hecha con entusiasmo puede ser inspiradora”.

La expedición fue posible gracias a la colaboración entre el CADIC-CONICET, el Instituto de Ciencias del Mar y el apoyo logístico de la tripulación internacional del Falkor. Entre ellos se destacó Santiago Herrera, joven investigador colombiano radicado en Estados Unidos, quien aportó experiencia en el manejo del ROV y acompañó cada decisión de muestreo. El ambiente a bordo se volvió, según los participantes, una mezcla de precisión técnica y camaradería. “Nos pedían paciencia, porque cada recolección lleva tiempo. Al principio estábamos ansiosos, pero terminamos aprendiendo que la calma también es parte de la ciencia”, recordó el biólogo. Incluso hubo espacio para costumbres rioplatenses: “Al final, hasta tomamos mate en la sala de control, rodeados de pantallas y computadoras”.

Para Ignacio Chieza, que investiga pequeños crustáceos llamados peracáridos, la expedición abre un futuro de trabajo en múltiples frentes: desde estudios taxonómicos hasta el análisis de enzimas y proteínas de organismos adaptados a la oscuridad y la presión extrema, con posibles aplicaciones en medicina e industria. “Lo más probable es que estos datos y muestras se sigan usando dentro de cien años”, afirma. “Cada frasco, cada registro de video, es una puerta abierta a descubrimientos que hoy ni imaginamos”.

Lo que empezó como una exploración científica terminó como un relato colectivo que unió a marinos, investigadores, docentes y millones de curiosos. El cañón de Mar del Plata, antes un punto casi invisible en el mapa, se transformó en un escenario de descubrimientos que recuerdan que el océano profundo aún guarda historias por contar.

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