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Río Grande

Un día como hoy, nacía la vocera de la riqueza cultural selk´nam, Ángela Loij

En el año 1903 en la estancia Sara, nace Ángela Loij, quien se convertiría en una eficaz colaboradora de la antropóloga Anne Chapman, para desentrañar la riqueza cultural de su pueblo selk´nam.

“Su padre, Loij, trabajaba como peón, cercando campos de ovejas. Dos hermanitas fallecieron en la “Sara”. Su madre, otra hermana y sus dos hermanos murieron en la misión salesiana (…) De sus cuatro hermanas sólo una se casó. La nieta de ella, Ermelinda (que vive actualmente en Ushuaia) era muy querida por Ángela” (Necrológica de Anne Chapman publicada en el diario La Opinión, 30/6/1974).

Luis Garibaldi Honten recordó que “la llamaban Olinche, que quiere decir bonita. Lindo cuerpo, lindas facciones… y muy andariega, caminaba mucho…” (Oscar Domingo Gutiérrez. Los selk´nam, ausencias y presencias).

“De muy joven se casó con un indio conocido por el apodo de Nelson con quien tuvo dos hijas y un hijo. Una hija murió a los 16 años. La otra hija y el varón fallecieron ya adultos sin descendientes. Su marido sucumbió en la cárcel de Río Gallegos, donde cumplía una pena por haber matado a su primo. Después Ángela vivió mucho tiempo con un policía argentino. Por aquel entonces una hermana salesiana le hizo una observación que le quedó grabada. “Mal hecho, dijo, Dios te va a castigar. Es pecado”. Ángela reía con una cierta nostalgia al citar su respuesta, “Son cosas mundanas, hermana. Yo no puedo vivir sola, Dios tiene que perdonar” (Chapman).

Al fallecer Lola Kiepja (la última que vivió con los hábitos ancestrales de su etnia), “Ángela se convirtió en mi principal informante. Trabajamos durante muchos meses en 1967, de 1968 a 1970 y de 1972 a 1974. Se preocupaba mucho por contarme con precisión lo que sabía. Y si el trabajo era lento, eso se debía a mi empeño en dejarla asociar libremente sus recuerdos. La repetición y el relato espontáneo corroboraron la autenticidad de la información (...) Todo lo que me contaba o comentaba me concernía (…) Me daba una gran alegría verla feliz. Sentía un bienestar indefinible con ella, como si nada en su ser fuera superfluo”.

Murió en mayo de 1974. Chapman expresó su dolor con sensibilidad y ternura: “Quiero acordarme de Ángela sonriendo como la última vez que la vi. Y me acordaré de sus manos hermosas, de su humor, de su coraje, de su placer al hacerme participar de aquella cultura milenaria…”

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