Eduardo Serra, médico terapista del Hospital de Ushuaia, explicó que durante la primera etapa de la pandemia se tuvo que “ampliar la capacidad instalada en los servicios” de los hospitales de Río Grande y Ushuaia, y en el primero de ellos “hubo más demanda y a pesar de la carga laboral tuvimos muy baja mortalidad que se recorta a nivel mundial”.

“Muchos pacientes volvieron con sus familias, el problema era qué pasa después, con las secuelas del COVID-19 cuando el 100% de los pacientes que se dan de alta de terapia intensiva quedan con secuelas”, manifestó Serrra y detalló que “no sabemos cómo impactará en la salud pública”.

Sobre las secuelas más frecuentes, precisó que quien presenta una enfermedad de moderada grave “se le limitará la capacidad respiratoria, se sentirá ahogado, no tendrá misma capacidad pulmonar y lo afectará entre un 50% y un 75% por ciento”.

Además, dio cuenta que hay personas que aún “no pueden sentir sabores ni olores”, que corresponden a afectaciones “nerviosas, aunque se puede reentrenar, lo mismo que el trabajo funcional con los pacientes que salen de terapia intensiva que requieren rehabilitación completa de capacidad respiratoria, aprender a caminar, pararse, comer, tragar e ir al baño solos”.

Serra comentó que antes de la primera ola de la pandemia, la Argentina contaba con 1600 especialistas en terapia intensiva, de los cuales 400 dejaron de trabajar. “Es muy desgastante tener que hacer tantas guardias en forma semanal”, expresó.

Si bien el profesional de la salud dijo sentirse “cansado” y que desde enero del año pasado no se toma licencia, considera que “no es el momento para hacerlo”.