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Ushuaia

Se quedaron sin trabajo y decidieron viajar de Ushuaia a Alaska en motorhome: “La vida es hoy”

Quince mil kilómetros separan a Ushuaia de Alaska, y es la distancia que alimenta el sueño de una familia. Para los Molina Acosta, el pasado ya fue y el futuro no importa tanto. La consigna es una sola y es innegociable: vivir la vida hoy.

“Siempre tuvimos esa ilusión, pero la mantuvimos dormida durante mucho tiempo. Un día dijimos ‘nos vamos’. Y acá estamos, empezando a disfrutarla”, le cuenta a TN Gisela (39), que comparte la aventura junto a su esposo Gabriel (42) y los hijos de ambos, Matko (15) y Tiziano (8).

El volantazo hacia una nueva vida fue resuelto durante la pandemia y hubo situaciones que lo ayudaron a madurar. Es que los Molina Acosta vivían en la capital de Tierra del Fuego y se quedaron sin trabajo durante la etapa más restrictiva de la cuarentena.

Gisela era recepcionista en una hostería y Gabriel se desempeñaba como service de electrodomésticos: “Mi marido pudo seguir cuando se levantó todo, pero yo ya no conseguí. La vida en Ushuaia es muy cara y se nos hizo insostenible”.

Con la decisión ya tomada, había que poner en marcha el plan. La familia vendió casi todas sus pertenencias y adquirió la camioneta Mercedes Benz Sprinter 310 modelo 1999 que será su hogar ambulante durante los próximos años.

“Compramos el motorhome en Posadas (Misiones). Nos lo vendió una pareja que tenía el mismo sueño que tenemos nosotros, aunque por circunstancias de la vida ellos no pudieron realizarlo. Estaba semi armado, pero tuvimos que ponerlo a punto. Ese proceso nos llevó cinco meses y todavía hay detalles que faltan”, comenta Gabriel, y Gisela se suma: “Necesitamos comprar algunos repuestos que son muy caros”.

El reacondicionamiento del vehículo incluyó un ploteo que recrea los rostros de cada uno de los viajeros y homenajea a una quinta integrante: “Shirley nació hace 11 años y vivió un día. Ella es el angelito que nos guía. Y nuestros hijos tienen muy presente a su hermana. De ellos salió la idea de que esté presente de alguna manera”, dice la mamá.

El ploteo trasero del motorhome homenajea a una quinta integrante de la familia: Shirley. (Foto: Instagram / vive.lavida.hoy)

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Vender artesanías y estudiar a distancia: el plan para un viaje sin tiempo

La familia inició el viaje el 14 de febrero y aprobó un primer examen rutero: la unión entre Ushuaia y La Quiaca fue completada el 17 de mayo, y El Litoral contó su historia. Después, los Molina Acosta regresaron a la ciudad de Santa Fe -allí están sus orígenes- con la premisa de visitar afectos, ultimar la puesta a punto del motorhome y juntar algo de dinero. Luego, sí, será momento de emprender el periplo soñado.

Cuenta Gisela que la obtención de los medios para la supervivencia forman parte de la aventura: “No tenemos ahorros ni nada. Nuestro ingreso surge de las ventas del día a día en la calle”.

En estos días montaron en Santa Fe un puesto callejero de venta de artesanías y ropa: “Hacemos principalmente pulseras y artesanías en piedra. Mi hijo Matko pule y engarza las piedras”. Gabriel, mientras tanto, retomó su trabajo: “La gente se acerca a la camioneta y trae sus electrodomésticos. Ahora nos llamaron para reparar un lavarropas. Mucha gente nos apoya en nuestro proyecto. Sentimos esa hospitalidad”.

En cuanto a la escolaridad de los chicos, la familia ya tiene un plan: van a continuar sus estudios en la modalidad virtual a partir de un programa estadounidense destinado a alumnos en viaje. “Cuesta 800 dólares al año. Ellos reciben las consignas y tienen un cronograma de entrega de trabajos y evaluaciones. La pandemia demostró que es posible el aprendizaje a distancia”, dice Gisela, y asume que al principio Matko se mostró reticente a la idea de una vida itinerante: “Él disfrutaba de la vida en Ushuaia. Le encanta la ciudad, tenía a sus amigos y al principio no quería saber nada. Ahora está feliz y se enganchó mucho ayudándome con las artesanías”.

En los próximos días, los Molina Acosta partirán hacia Uruguay y comenzarán la recorrida por todo el continente americano en un viaje sin tiempo. “Si bien estimamos que nos va a llevar entre cuatro y cinco años cubrir todo el tramo, la realidad es que no tenemos reloj. Iremos viendo qué nos depara el día a día. Tenemos claro que queremos vivir el presente”.

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