rases como “Hay que buscarle lo bueno a lo malo” o “Sos lo que proyectas y si estás mal, te irá mal” son comúnmente repetidas en redes sociales y presentadas como consejos motivacionales. Sin embargo, detrás de este tipo de mensajes optimistas se esconde una trampa emocional conocida como positividad tóxica, que puede deteriorar el bienestar de quienes buscan un apoyo genuino.
El problema no radica en el optimismo en sí, sino en la manera en que las redes sociales lo impulsan y simplifican. Estas plataformas premian con visibilidad a los contenidos que se ajustan a ciertos criterios estéticos y emocionales: videos bien editados, colores llamativos y mensajes inspiradores. Esto puede llevar a que los creadores de contenido promuevan una visión distorsionada de la realidad, en la que el optimismo se presenta como la solución universal para cualquier problema, dejando de lado las complejidades de las experiencias humanas.
La terapeuta británica Sally Baker define la positividad tóxica como “una negación de los aspectos emocionales que experimentamos ante situaciones desafiantes”, lo cual limita la resiliencia y fomenta una fachada de bienestar que, en el fondo, daña la salud emocional. La presión de los algoritmos y el lucrativo mercado de la autoayuda empujan a los influencers y creadores a difundir mensajes simplistas, contribuyendo a una cultura que minimiza las dificultades reales y promueve respuestas superficiales.
Este fenómeno tiene consecuencias tangibles para la salud mental y física. La psicóloga Teresa Gutiérrez advierte que reprimir emociones auténticas en un entorno que exige optimismo constante puede provocar problemas físicos como trastornos digestivos y dermatológicos. La insistencia en mostrar una imagen positiva en todo momento genera un entorno de desinformación y, a menudo, hace que las personas se sientan culpables por no estar siempre felices o motivadas.
Los creadores de contenido deben asumir la responsabilidad de ofrecer un enfoque más equilibrado y realista en sus mensajes. Promover expectativas irreales o soluciones simplificadas a problemas complejos puede hacer más daño que bien, especialmente en una era donde la comunicación digital tiene un impacto profundo en la percepción y el manejo de las emociones.
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