
A 43 años de la guerra de Malvinas, catorce mujeres que fueron parte del Cuerpo Auxiliar Femenino del Ejército Argentino en 1982 se reencontraron en Mendoza, en una emotiva reunión que significó mucho más que una simple visita. Para ellas, veteranas en una batalla que vivieron desde los pasillos del Hospital Militar de Campo de Mayo, este encuentro fue un homenaje, un acto de memoria y, sobre todo, un espacio de sanación.
Una de las protagonistas es Graciela Escudero, hoy con 64 años, quien recuerda con nitidez aquella época en la que, con apenas 21, recorría vestida de blanco las salas del hospital atendiendo a los soldados heridos. "La guerra nos marcó para siempre. No empuñábamos armas, pero luchábamos cada día con vendas, jeringas y palabras de consuelo", afirma.
La guerra las encontró jóvenes, con la misma edad que muchos de los combatientes que atendían. "Los gritos de dolor nunca se van", dice Liliana Insaurralde, otra de las enfermeras que participó del encuentro. Y agrega: “Nos tocó ver lo peor. Malheridos, mutilados, enfermos… Teníamos 20 años y no dimensionábamos lo que vivíamos”.
En ese contexto, nació una hermandad que sigue intacta. Todas egresadas de la primera promoción del Cuerpo Auxiliar Femenino, compartieron guardias interminables, emergencias y silencios rotos por el sufrimiento. En este reencuentro, celebrado en Mendoza, compartieron historias, anécdotas, abrazos y lágrimas. “Nos quedamos maravilladas con la provincia, sus paisajes y su gente. Fue una caricia al alma”, contó Graciela.
El viaje también tuvo una carga emocional especial: una de las enfermeras, Noemí Julio, volvió a ver a Renato Ruiz, excombatiente que vive en Mendoza y a quien asistió durante la guerra. Hoy, décadas después, mantienen una amistad profunda que nació del dolor y se transformó en afecto duradero.
La lista de enfermeras que participaron del reencuentro incluye también a Claudia Bustos, Liliana Gómez, Silvia Herrera, Gladys Itchart, Sofía Malerva, Lidia Olmos, Marcela Renzetti, Lidia Vallejos, Susana Zamora y Mara Díaz.
Después de la guerra, cada una siguió su camino: algunas recorrieron misiones humanitarias, como Graciela, que viajó a Haití, la Antártida y navegó a bordo del ARA Bahía Paraíso. Pero durante muchos años su labor fue invisibilizada, relegada al olvido.
Hoy, gracias a la memoria activa y al reencuentro, estas enfermeras vuelven a ocupar el lugar que merecen en la historia. “La guerra nunca deja ganadores. Solo deja memoria”, reflexiona Graciela. Una memoria que ellas siguen manteniendo viva, con dignidad y orgullo.
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