La balanza comercial de diciembre volvió a registrar superávit y, de esa manera, el saldo del año cerró en línea con las proyecciones que había hecho Sergio Massa en su proyecto de presupuesto.
Gracias a los u$s1.102 millones que dejó el último mes del año, se logró un superávit total para 2022 por u$s6.923 millones. La cifra es modesta si se la compara con los u$s14.751 registrado hace un año, pero en el Gobierno no dejó de significar un alivio, dado que el incremento explosivo de las compras en el rubro energético llevó a que durante el invierno se batieran récords históricos de importaciones, con un pico de u$s8.664 millones en junio -un incremento de 46% respecto del 2021.
De manera que al ministro Massa le queda la satisfacción de haber revertido el peligroso déficit que se había prolongado durante tres meses, en el peor momento de la dependencia de las importaciones de gas, con lo cual evitó el escenario sombrío que pronosticaban los economistas, que imaginaban un verano en el cual la balanza, lejos de aportar a las reservas del Banco Central, sería un factor adicional de estrés cambiario.
Sin embargo, la consecución del superávit se produjo a un costo alto. Para empezar, se logró no tanto por una suba exportadora sino por un fuerte recorte en las importaciones.
La caída interanual de las compras se ubicó en el final del año en un 19%, bajo el criterio del nuevo sistema de permisos, que supedita la liberación de importaciones a la situación de reservas del Central y que actúa bajo la lógica de "premios y castigos" del nuevo acuerdo de precios, con mayor acceso a los dólares para quienes mejor cumplan el cometido de contener la inflación.
El costo del enfriamiento industrial: castigo al "Made in Argentina"
El problema es que esa represión importadora ya está dejando ver sus efectos recesivos: hubo sectores de la actividad industrial -como la automotriz- donde se debieron suspender turnos y reducir el ritmo de actividad por falta de insumos y los pronósticos de los economistas apuntan a que la situación va a empeorar.
Por lo pronto, el relevamiento industrial que realiza la fundación FIEL registró para el mes pasado una caída interanual de 0,5% y de 2% respecto de octubre. El ritmo de crecimiento continúa su tendencia a la baja, de manera que en 11 meses del 2022 ya se registra una variación de apenas 3,4%, con señales de ralentización.
Los indicadores que elaboran los economistas ya dan pistas al respecto. Por ejemplo, el que elabora el IAE de Universidad Austral para adelantar en un semestre las perspectivas de inversión muestra una caída interanual de 10%. Mientras que el índice líder de la Universidad Di Tella recién frenó su declive sobre fin de año depués de siete meses de caída consecutiva.
Pero lo que más preocupa en las empresas -que han estado todo el año pasado alertando por las consecuencias de la represión importadora- es que Massa no ha dado señales de que la tónica del 2023 vaya a ser diferente. Más bien al contrario, el exigente calendario de pagos con el Fondo Monetario Internacional, sumado a las dificultades climáticas en el campo, hace que el panorama de escasez de divisas siga siendo acuciante.
Por otra parte, el Gobierno ha decidido ligar el problema de la importación con el de la inflación, de manera que se da acceso prioritario a las divisas a los sectores que muestren un mayor grado de cumplimiento en la moderación de precios internos, algo que no necesariamente condice con un criterio de mayor necesidad para las compras de insumos del exterior.
La expectativa de los analistas que participan en la encuesta REM del Banco Central es que este año tenga una caída de 3,5% en las importaciones, un dato que pone en cuestión la proyección oficial sobre crecimiento del PBI. Ocurre que, según el consenso entre los economistas argentinos, hay una regla de "3 a 1" entre importaciones y PBI: se necesita que suban tres puntos porcentuales en la importación para que la economía crezca un punto.
Siguiendo esa regla, para que se concrete el crecimiento de 3,5% que proyecta Massa, las importaciones tendrían que crecer en el entorno de 10%, hasta el nivel de u$s90.000 millones. Todo un contraste con la expectativa del mercado: el REM prevé compras por sólo u$s78.000 millones, y una modesta variación del PBI de 0,5%.
Un reciente informe de la Unión Industrial Argentina indica que para el 60% de las empresas fabriles, las importaciones representan más del 25% de los costos operativos.
¿Peor el remedio que la enfermedad?
Con esos números sobre la mesa, la pregunta que se hace el mercado es hasta qué punto Massa estará dispuesto a sacrificar actividad industrial en aras de mantener las reservas del Banco Central y la estabilidad cambiaria.
Y lo peor de la situación es que ni siquiera hay certeza de que forzar un superávit en la balanza comercial pueda eliminar el riesgo de turbulencias con el dólar. Como ha quedado en evidencia en las últimas semanas, el mercado paralelo sigue bajo presión, con un dólar blue que apunta a la paridad de $380 y que, según algunos economistas, tiene margen como para seguir hasta $400.
Parte de esa tensión es creada indirectamente por la propia restricción a la importación, dado que los sectores que se ven impedidos de acceder al mercado cambiario oficial van a buscar los dólares vía MEP o "contado con liqui", incrementando de esa forma la demanda y presionando al tipo de cambio.
De hecho, en el mercado financiero se estima que la suba de 10% que tuvo la cotización del MEP en lo que va de enero se explica fundamentalmente por la presión de las empresas importadoras que recurren al canal financiero para hacerse de las divisas que les permitan mantener su nivel de actividad.
Soja, gas y el choque de pronósticos
Hay otro tema fundamental que hoy es objeto de debate en el mercado: el superávit de la balanza mejoró sobre fin de año gracias, en buena medida, al aporte extraordinario del "dólar soja". Pero se trata de un recurso que, por más que se repita en el futuro, tiene un rendimiento decreciente: en su primera edición, dejó ingresos por u$s7.500 millones, mientras que en la segunda ocasión el aporte fue de u$s3.000 millones y -dado el limitado stock de 5 millones de toneladas que permanece en silobolsas- una tercera edición difícilmente dejaría más de u$s2.000 millones.
Pero lo peor, naturalmente, es el efecto que la sequía provocará sobre las exportaciones. Un reciente informe de la Bolsa de Cereales de Buenos Aires prevé que, si la situación climática continúa en sus severas condiciones de falta de humedad en el suelo, habrá un recorte de tal magnitud en el volumen de los principales cultivos, que el aporte del campo se recortará en u$s14.000 millones.
Es por esto que genera controversia la optimista versión oficial sobre un aumento en las exportaciones. De hecho, el canciller Santiago Cafiero presentó en el Congreso un ambicioso plan en el que se prevén ventas internas por u$s105.000 millones el año próximo.Los analistas creen que el Gobierno no solamente sobreestima la capacidad exportadora de este año sino que, probablemente, también subestime las dificultades que puedan volver a darse en el plano energético.
En el año que acaba de terminar, las importaciones de energía totalizaron la cifra récord de u$s12.868 millones, lo que representó un 16% del total de las compras del país. La variación respecto de 2021 es de un impactante 120%.
Massa ha dado un optimista pronóstico para 2023, basado en la concreción del gasoducto Kirchner: cree que no solamente bajará drásticamente el volumen de compra de gas en el próximo invierno sino que Argentina podrá potenciar su rol como exportador de petróleo, de manera que el rubro de combustibles podría llegar a tener un saldo neto favorable.
Lo cierto es que en 2022 las exportaciones del rubro energético tuvieron un crecimiento de 59%, pero aun así la cifra total de u$s8.398 millones se ubica lejos del nivel de compras de gas.
Y entre los expertos en el área se escuchan dudas respecto de cómo darán los tiempos de la obra del gasoducto, dado que ya en mayo se realizan las primeras compras importantes de gas para satisfacer la elevada demanda invernal.
El sueño de prescindir de los dólares
En definitiva, los números positivos que arrojó la balanza comercial de 2022 no dejan mucho margen para el festejo, ni mucho menos para abonar la proyección oficial de un superávit holgado de u$s12.000 millones este año.
Lo más preocupante es que, aun cuando ese saldo pudiese ser conseguido mediante una política fuertemente intervencionista en la asignación de divisas para importar, el costo podría ser muy alto en términos de actividad económica.
En estos días, la apuesta del Gobierno está centrada en el avance de acuerdos bilaterales con los dos principales socios comerciales -China y Brasil-, con el objetivo de que el intercambio se pueda sostener sin tener que recurrir a dólares.
Esa ambición, durante muchos años acariciada sin éxito, aparece hoy más cerca de convertirse en una realidad, a través del swap con el banco central chino y de la adopción de una moneda comercial común con Brasil.
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