En 2018 había 4.580 solicitantes para adoptar en la Argentina. En algunos casos, se trataba de una familia monoparental (una sola mamá, un solo papá), y en la mayoría eran dos los solicitantes que, juntos, presentaban su legajo ante la Dirección Nacional del Registro Único de Aspirantes a Guarda con Fines Adoptivos de la República Argentina (DNRUA). A fines de 2023 esas solicitudes habían caído a menos de la mitad: según estadísticas de ese organismo oficial, en diciembre del año pasado se registraban 1.732 familias solicitantes. Se trata de una caída del 62% respecto de 2018 y de una tendencia que se profundiza: el último registro de la DNRUA da cuenta de que ahora mismo hay 1.586 familias dispuestas a adoptar.
Mientras tanto, según una investigación conjunta que llevaron a cabo Unicef y la ahora degradada Secretaría de Niñez, Adolescencia y Familia de la Nación (SeNAF), unos 2.200 chicos, chicas y adolescentes esperan ser adoptados en nuestro país antes de cumplir los 18 años. Ese registro, recolectado en el año 2020 y publicado en 2022, es el último oficial ya que no hay censos en los hogares y otras instituciones en las que transcurren sus días quienes esperan por una familia hasta que esa posibilidad se les extingue para siempre, el día que llegan a la mayoría de edad.
“En los últimos años han decrecido notablemente la cantidad de postulantes y es una cifra que genera mucho desconcierto porque cuando hablamos de adopción aparecen un montón de mitos. Por ejemplo, la idea de que en la Argentina es un país en el que un montón de gente quiere adoptar. Hay 48 millones de habitantes en la Argentina y menos de 2.000 postulantes, así que claro que no es así”, describe Fabiana Isa, psicoanalista especializada en acogimiento y adopción y ex directora de la DNRUA, en la que se desempeñó entre 2020 y 2021.
Isa, que desde hace dos años encabeza la cátedra “Acogimiento y Adopción” en la Facultad de Psicología de la UBA, describe los motivos detrás de esa merma: “No es un fenómeno local ni regional sino que se trata de un fenómeno mundial, y es multifactorial. Puede pensarse que obedece a la posmodernidad y al capitalismo actual, en el que existe la idea de que sobre todo hay que producir y rendir. A la vez, no de manera total pero empiezan a caer los mandatos respecto de aquella idea de que para realizarse hay que tener hijos, especialmente para las mujeres, sobre quienes recaía y recae mucho más ese concepto”.
Juan José Jeannot es el titular de la DNRUA desde 2022. En diálogo con Infobae también aventura algunos de los motivos que considera entre los principales para que caiga la cantidad de familias dispuestas a adoptar: “Estamos observando esa merma y creemos que tiene que ver, entre otras cosas, con la falta de información que hay sobre la adopción. Hace falta seguir haciendo campañas de visibilización y también de sensibilización, así como estimular que haya equipos interdisciplinarios especializados en cada provincia para acompañar estos procesos”.
El organismo que encabeza ha elaborado, entre otras cosas, una guía para los profesionales que acompañan el proceso de vinculación, previo al de guarda y al de adopción que transitan las familias a medida que van conociéndose los niños o adolescentes con los adultos. Ambos especialistas coinciden en señalar otro motivo vinculado a la baja en las solicitudes: la cada vez mayor eficacia de los tratamientos de reproducción asistida y la cobertura económica de esos tratamientos por parte de obras sociales, prepagas y el Estado. “Familias que hace algunos años hubieran ido por la vía de la adopción ahora acceden a esos tratamientos que arrojan mejores resultados y que desde hace unos años están cubiertos por ley”, describe Jeannot.
Francisco García Faure, sociólogo, conoció a su hijo por Zoom, en plena pandemia, el día del cumpleaños del adolescente. Él y su pareja, Marcela, lo adoptaron en 2020, tres años después de inscribirse como solicitantes: su hijo tenía 15 en ese entonces. Desde hace un año y medio, Francisco integra el colectivo Adopten Niñes Grandes, que promueve lo que anticipa su nombre y visibiliza la importancia de que las familias que se inscriben para adoptar amplíen la disponibilidad a niños, niñas y adolescentes que no sean tan chicos. Esa visibilización está basada en hechos reales: según la DNRUA, el 85,12% de los solicitantes están dispuestos a adoptar desde bebés hasta niños y niñas de no más de 3 años.
Paola Muscente perdió cuatro embarazos antes de empezar a considerar la adopción, una propuesta que llegó a través de su pareja, Alejandro. Perdió dos más antes de decidir que intentaría esa vía para tener hijos. Como Francisco, Paola esperó tres años hasta conocer a T., su primer hijo: él tenía 9 años cuando lo adoptaron, en 2013. En 2020, después de una espera de otros tres años, llegó C., que tenía 7 años al momento de convertirse en un integrante más de la familia que vive en Caballito. Aunque empezó a visibilizar la adopción apenas T. llegó a su vida, desde hace un año integra el colectivo Militamos Adopción, que a través de redes sociales informa, derriba mitos y acompaña a familias que se inscriben en los registros o que ya están en proceso de vinculación, guarda o adopción.
Los dos, en contacto con familias que ya tienen el apto por parte del Estado y que, en algunos casos, ya están en la etapa de vinculación con algún chico, suman otro motivo por el cual, creen, caen las inscripciones para adoptar. “En los últimos meses, el factor económico está teniendo un gran impacto. Como todos sabemos, tener un hijo implica una disponibilidad de recursos de todo tipo. Tiempo, afecto y también dinero. En algunos casos, por ejemplo si es un chico que padece una enfermedad crónica o presenta alguna discapacidad, supone mayor necesidad de dinero aún”, describe Paola. Sólo el 14% de los solicitantes están disponibles para que llegue a su familia un chico con alguna enfermedad o discapacidad.
Francisco suma: “Se están acercando casos de personas que están iniciando la vinculación y están pensando en postergar el proceso porque se acaban de quedar sin trabajo o porque dudan si en el corto plazo podrán sostener el empleo que tienen. Es tremendo porque están esperando hace tiempo y ahora mismo saben que, en las condiciones que se les acaban de presentar, no pueden afrontar la llegada de un hijo desde lo económico, y esos chicos ya empezaron a conocer a esa familia”.
Se necesita un cambio de paradigma
“Todavía falta muchísima información sobre adopción. Hay que empezar a visibilizar que esos 2.200 chicos que esperan familia no es una cantidad imposible de cumplir y que la adopción no está reservada a familias con algo así como ‘superpoderes’. Mientras estamos teniendo esta conversación hay niños, niñas y adolescentes que están esperando para estar en familia”, describe Isa, que junto a las periodistas Evangelina Bucari y María Ayuso lleva adelante el podcast especializado Encontrándonos.
La especialista suma: “Hay que cambiar de paradigma. La adopción todavía tiene una mirada adulto-céntrica, y tiene que tener una mirada niño-céntrica, poniendo a los chicos en el centro de la escena. Cuando hablamos de adopción, automáticamente pensamos en la familia que está esperando por un hijo en vez de estar pensando en los chicos que están con una mochilita armada esperando en los hogares. Eso es lo que hay que dar vuelta. Hay que pensar que, por ejemplo, hay derecho a la salud para los adultos a través de la cobertura de los tratamientos de reproducción asistida, pero no se cumple el derecho de niños, niñas y adolescentes a tener una familia”.
Las convocatorias públicas son una herramienta para priorizar lo que los especialistas llaman “perspectiva de infancia”. Sin difundir las identidades, los registros de cada jurisdicción y también las organizaciones no gubernamentales vinculadas a la adopción dan a conocer la búsqueda de algún o, sobre todo, de algunos chicos para dar con su familia definitiva. En general, difunden búsquedas centradas en que no se separen hermanos biológicos, o que se separen lo menos posible.
Ese escenario, el de adoptar dos o más chicos en un mismo momento, también está en caída. Según estadísticas de la DNRUA, hacia 2020 el 51% de los solicitantes estaban dispuestos a eso. A fines de 2023, esa disponibilidad había bajado al 36,6% de las familias inscriptas para adoptar. (Muy) lentamente, empieza a ampliarse la edad de los chicos y las chicas que esos solicitantes están dispuestos a criar. En 2020, el 86,75% de esas familias querían adoptar niños de hasta 3 años, y en 2023 ese universo había bajado al 85% de esos solicitantes.
Aún así, sólo el 8,89% de las personas que se presentan en los registros de todo el país aceptarían niños de 9 años o más. En concreto: menos de uno de cada diez solicitantes, sea una pareja o una familia monoparental, está disponible para criar a una gran cantidad de los chicos y adolescentes que esperan ser adoptados. “De a poco vemos cómo se amplía la disponibilidad adoptiva de quienes se inscriben en el registro, sobre todo a partir de las convocatorias públicas”, describe Jeannot, que es psicólogo y trabaja en la DNRUA desde hace trece años.
Según el funcionario, esa ampliación conduce a que, incluso aunque caiga la cantidad de solicitantes, se amplíe el número de guardas y adopciones que se concretan. En 2020 hubo un total de 228 adopciones, en 2021 fueron 485, en 2022 se confirmaron 489 y en 2023 ese número cayó a 416.
Francisco y Marcela, su compañera, adoptaron a su hijo a partir de una de esas convocatorias públicas. Se habían inscripto para recibir a un niño de entre 3 y 7 años, pero vieron la búsqueda de familia que protagonizaba un adolescente de 14 y Marcela tuvo “una intuición”. Se postularon, tuvieron entrevistas, pasaron por el proceso de vinculación, de guarda -que duró un año en vez de los habituales seis meses- y finalmente adoptaron a su hijo, que cumplió 18 años en diciembre del año pasado.
Cuando piensa en los tres años que pasaron desde que se inscribieron ante el registro hasta que adoptaron a su hijo, Francisco los define así: “Es una espera muy difícil. Te agarra una ansiedad tremenda. Yo tenía la necesidad de conocer la cara de quien iba a ser mi hijo, es un nivel de expectativa infinito y sobre el que no tenía referencia. Eso me inquietaba mucho. Pero ahora, que ya pasamos por todo el proceso, estoy re contento con la forma de paternar que elegí y que elijo: me da pie para promover esta forma de paternar y maternar”.
Dudas, prejuicios y mitos
“Yo tenía muchos prejuicios. Pensaba que si adoptaba, ese chico podía no quererme o que yo podía no sentirlo hijo mío. Entendí, contactándome con padres y madres que habían adoptado, que lo que me pasaba es que ignoraba mucho sobre adopción. Me ayudó mucho el foro especializado que todavía encabeza Eva Giberti”, cuenta Paola. Y borra los prejuicios en una frase: “El día que conocí a cada uno de mis hijos eran mis hijos. Desde el primer minuto. Más allá de las dificultades que surgen durante la vinculación y durante la convivencia, nunca sentí que no eran mis hijos”.
Cuando revisa todo el trabajo que hizo a través de ese foro y de su terapia para avanzar en el proceso de adopción, destaca: “Tuve que entender que la adopción no se trata de que busquen un hijo para nosotros, sino que nos postulamos para ser la familia de un chico”. Esa es la perspectiva que impulsan los especialistas -por academia, por experiencia de vida o por las dos- para que todos los chicos y las chicas que aún buscan familia logren tenerla.
“Hay que entender que a veces se tarda porque vos te inscribís con una disponibilidad que no es la que necesitan los chicos y las chicas que esperan su familia. Por ejemplo, por edad o por tener alguna enfermedad o discapacidad. Y también hay que saber que tal vez nunca te llamen porque no sos la familia que esos chicos necesitan. Eso me frustró cuando lo entendí, y me llamaron cuando menos lo esperaba”, sigue Paola. En esa espera se hizo “la pregunta obvia”, según cuenta: “¿por qué no nos convocan si por la vía biológica no te piden nada para criar?”.
Paola explica enseguida cuáles son los motivos que la llevan a ser parte de Militamos Adopción: “Hay mucho por mejorar. La adopción tiene que dejar de ser tabú o motivo de discriminación, algo que al día de hoy padecen nuestros hijos. A la vez, es necesario que crezcan las campañas para promover la adopción y para hacerla más accesible: hoy cuesta 1,5 millón de pesos un juicio de adopción. También hacen falta mejores censos y registros, y licencias para las madres y los padres que adoptan. Eso no existe y es muy necesario, así como disponer de días en el trabajo para cuando estás haciendo la vinculación. Sin todo eso, en la Argentina pareciera que la adopción no existe”.
“A nosotros, que adoptamos en la Ciudad de Buenos Aires, nos fue muy bien respecto del acompañamiento de la psicóloga y la trabajadora social. Porcómo estuvieron ahí para nosotros y cómo supervisaron también que nosotros fuéramos una familia apta para nuestro hijo”, cuenta Francisco, y sigue: “Habiendo entrado en Adopten Niñes Grandes veo que eso cambia mucho en varias provincias, donde el acompañamiento es poco o directamente nulo en algunos casos”.
En la organización que integra, uno de los focos de seguimiento es el de las expulsiones que se dan en algunos casos, cuando una familia decide literalmente devolver a uno, algunos o todos los chicos que adoptó a las instituciones en las que estaban antes de conocerlos. “Estamos hablando de chicos que ya habían visto vulnerados sus derechos, muchas veces víctimas de distintos tipos de violencias y abusos, y esto constituye un segundo abandono. A eso le estamos prestando atención”, cuenta Francisco.
“Te vas a meter en problemas”, describe que fue la mirada que recibió en muchos casos a su alrededor cuando contó que adoptaría a un adolescente. Las mujeres, en general, se conmovieron. Los varones se incomodaron. “Había como una lectura de que iba a ser un problema y, a la vez, de ‘qué gran acto de amor’, como si fuera un gesto solidario y no la construcción de un modelo de familia”, cuenta. Para hacer crecer ese modelo de familia es que se sumó a Adopten Niñes Grandes, y para compartir su experiencia con otros y también sentir el apoyo de pares.
“Hay una idea de que si es un chico más grande va a tener una historia más ‘pesada’, con mayores vulneraciones. También existe la idea de que si adopta cuando un chico es chiquito le das una crianza ‘más completa’. Son todos modelos posibles y hay mucho temor a lo que pudieron haber vivido los chicos más grandes pero también son chicos más concientes de los pasos que están dando”, sostiene Francisco.
“Hay que romper con el mito de que si adoptás a un bebé no hay marcas de daños sufridos. Ya está demostrado que hay marcas prenatales y de los primerísimos tiempos de vida. Y para los chicos que se van haciendo grandes el tiempo es letal, porque cada vez están más lejos de la disponibilidad de quienes se inscriben para adoptar y porque pasan sus años institucionalizados, con la mochila lista para irse a vivir en familia”, describe Fabiana Isa. Así, con la mochila lista, siguen las vidas de los que todavía esperan. Hasta que los adopten o hasta el día que cumplan 18 años y ya no puedan ser hijos de nadie que los críe.
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