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Política

Por qué Macri cree que la crisis lo hará ganar las elecciones 2019

Más allá de lo que digan los indicadores, en el Presidente siente que, en su peor año, demostró que puede ser un líder en momentos difíciles

 

Fue su peor año desde que asumió como presidente y, aun así, Mauricio Macri lo está terminando con una sonrisa y una sensación de satisfacción.

 

Hay algunos números que avalan ese sentimiento. En la economía, sobre todo, la estabilización del dólar luego de un semestre continuo de corridas y tensión. Y algunos tímidos “brotes verdes”, impulsados por el campo y por el área energética.

 

A fin de cuentas, la propia devaluación es la que aporta los principales motivos de esperanza para el 2019, como lo demuestra el hecho de que se haya logrado por tercer mes consecutivo un superávit en la balanza comercial. O que se haya desplomado la compra de dólares por parte del público y el turismo externo.

 

En otras palabras, empiezan a ser más los dólares que entran que los que salen. El fin de la sangría de divisas es considerado el punto de partida para la retomada del crecimiento económico, al cual el Gobierno le sigue poniendo una fecha cercana: entre marzo y abril del año que se inicia.

 

 

Los otros números que le permiten a Macri brindar por el fin de año con una sonrisa vienen de una discreta mejora en las encuestas de opinión pública, que no marcan el fin del malhumor social pero sí un punto de inflexión.

 

Por caso, la encuestadora Poliarquía marcó que el índice de aprobación a la gestión presidencial volvió a un nivel de 39%, luego de haber tocado un piso del 32% en el peor momento de la crisis económica y financiera, cuando el dólar todavía estaba desbocado.

 

La suba puede parecer menor, pero esconde un dato fundamental: es la reconciliación del macrismo con su base de sostén político. Hay un núcleo de votantes que estaba desilusionado y que, tras algunos eventos de fin de año, está empezando a volver a manifestar su apoyo.

 

El Presidente sigue lejos de su récord de 48% de aprobación, alcanzado a fines del 2017, luego de haber ganado la elección legislativa, pero los analistas señalan que el cambio de tendencia luce sólido.

 

“Se trata de la variación positiva intermensual más importante de la administración Macri\", dijo Alejandro Catterberg, director de Poliarquía.

 

El experto atribuye la mejora a una combinación de factores positivos: la estabilidad del dólar, una desaceleración de la inflación, el anuncio del pago del bono salarial, cierta sensación de tranquilidad en las calles, el anuncio del nuevo protocolo de seguridad de las fuerzas policiales y hasta un impacto positivo de la cumbre del G20 en Buenos Aires.

 

En definitiva, se trata de una serie de hechos que impactan, sobre todo, en la clase media, donde Cambiemos tiene su mayor base de apoyo electoral y donde necesita reforzar el vínculo. Hasta ahora, parece estar logrando ese objetivo.

 

Y la comunicación política de la presidencia se cuida de que esa tendencia continúe. Si hasta en un tema que parecía más vinculado a la oposición kirchnerista y de izquierda, como la denuncia ante la violencia de género, Macri se mostró rápido de reflejos. Rodeado de mujeres en la residencia de Olivos, anunció un Plan Nacional de Igualdad de Oportunidades y Derechos, al que definió como “una hoja de ruta que permite enfrentar las desigualdades y discriminaciones que afectan a las mujeres y da cuenta de los compromisos que el Estado asume para la generación de políticas públicas que integren la perspectiva de género”.

 

Con \"chapa\" de piloto de tomentas

Pero más allá de lo que digan los indicadores económicos y las encuestas de opinión pública, lo que levanta el ánimo de Macri por estas horas es otra cosa: es la sensación de que, en su peor año, se probó a sí mismo y ante el país que puede ser un líder en momentos difíciles, un piloto de tormentas.

 

En su fuero íntimo, Macri siente que, ante la adversidad, fue cuando demostró que tiene pasta de estadista. Y así lo manifestó en los días previos y posteriores a la cumbre del G20, en sus entrevistas con los otros presidentes, con los ejecutivos de los fondos de inversión y con los periodistas internacionales en las conferencias de prensa.

 

\"No venimos con corralitos, confiscaciones, cepos; mantuvimos el rumbo y la convicción de este camino, siendo parte del mundo, trabajando en equipo, diciendo la verdad, apostando a la transparencia. Cada uno hace su tarea, no más bolsos, no más cosas raras. Queremos ser parte todos orgullosos de una Argentina que progresa\", dijo ante un auditorio de empresarios exportadores.

 

Y luego, tras reunirse con Donald Trump y Xi Jinping, afirmó: “Todos los líderes mundiales nos dicen lo mismo, que las reformas que estamos emprendiendo son las correctas, que este es el camino”.

 

El mensaje implica un reconocimiento a los problemas internos y al costo social del ajuste recesivo, pero refuerza la promesa de la recuperación sostenible. Y apela directamente al factor emocional, a la recuperación del optimismo y del orgullo nacional.

 

Casi como si lo ocurrido fuera un recordatorio para los votantes de Cambiemos sobre por qué le habían dado el voto: se puso de relieve otra vez la antinomia entre “ellos y nosotros”.

 

Aunque a primera vista el optimismo del comité de estrategia electoral de Cambiemos pueda parecer desmedido, lo cierto es que los antecedentes históricos muestran que puede tener cierto fundamento.

 

No es cierta la extendida creencia de que sólo con una economía en crecimiento se puede ganar una elección siendo oficialista.

 

En 1995, en pleno impacto recesivo del “efecto Tequila”, y con un desempleo del 18%, Carlos Menem logró una reelección en primera vuelta.

 

Estaba todavía fresco el trauma de la hiperinflación, y al darle por segunda vez su voto, la sociedad argentina confirmó que, aunque estaba sufriendo por la crisis económica, quería mantener la convertibilidad y la agenda de reformas.

 

Es decir, lo que le valió a Menem la reelección fue el haber ratificado el rumbo, no su abandono.

 

En el otro extremo ideológico, algo similar le ocurrió a Cristina Kirchner. Su apabullante reelección por 54% en 2011 había empezado, en realidad, durante la dura recesión de 2009.

 

En aquel momento, Cristina, que hasta ese entonces venía golpeada por el conflicto con los productores sojeros y aparecía como copiloto en el doble comando con Néstor Kirchner, apareció como la conductora en tiempos de crisis.

 

Cristina había comprendido que el trauma social de la época era la crisis de desempleo del 2001, y tomó medidas para garantizar que ese problema no se volviera a producir. Ello implicó desde rechazar el pedido de Hugo Moyano por una mejora salarial hasta utilizar el dinero recientemente estatizado de las AFJP para fondear proyectos industriales en el sector privado.

 

Fue en aquellos días cuando no dudó en usar profusamente la cadena nacional para promover todo tipo de planes canje, de manera de impulsar la venta de electrodomésticos. Para 2011, el entorno global favorable ya había reinstalado un boom consumista, pero la sensación que había quedado en el ambiente era que Cristina había mostrado temple en un momento de crisis.

 

Tanto ella como Menem obtuvieron su reelección al optar por la estrategia de reafirmar sus convicciones y no permitir que las críticas los hicieran cambiar de agenda. En el caso de Menem, ello implicaba mantener la consigna de la apertura y la “modernización”; en el de Cristina, la apuesta al consumo y a la conducción económica desde el Estado.

 

Macri está haciendo una lectura similar sobre el momento político. Y no por casualidad, su mayor satisfacción es que percibe un consenso social para la realización del duro ajuste fiscal.

 

Ese concepto fue sintetizado de manera dura y expresiva por parte del ministro de Hacienda, Nicolás Dujovne, quien dijo ante ejecutivos de la Bola de Valores: “Esto nunca se había hecho en Argentina sin que caiga el Gobierno, un ajuste fiscal de esta magnitud”.

 

Su frase despertó muchas críticas y algunos hasta la calificaron como un “sincericidio”, una confesión de parte. Pero la realidad es que lo que el ministro –y luego el Presidente, durante el G20- estaba marcando es lo que el Gobierno entiende como su mayor activo político: el haber logrado el consenso social respecto de la necesidad del ajuste como base indispensable para vover a crecer.

 

Las contradicciones del año electoral

Claro que ese optimismo electoral está basado en una premisa que todavía no se ha cumplido: para que el ajuste sea soportable, tiene que haber señales más o menos claras de que la recuperación está cerca.

 

Y ahí es donde surgen las mayores dudas. El equipo económico del Gobierno sigue apostando a que la economía tendrá una forma de “V”. Es decir, que luego de la caída brusca, habrá una recuperación rápida y pronunciada.

 

Pero la mayoría en el gremio de los economistas se muestra escéptica con esta versión. Más bien, auguran una “U”, y algunos una “L”. Traducido, que luego de la caída fuerte sobrevendrá un período de estancamiento y recién después de un tiempo se verá un crecimiento suave.

 

Por lo pronto, los primeros datos de la inflación de diciembre parecen dar la razón a los más pesimistas. Las subas hacen vacilar sobre si se producirá el freno que los funcionarios están pronosticando.

 

Y luego viene la gran duda: si el Gobierno privilegiará “lo que hay que hacer”, aunque eso pueda implicar más subas tarifarias y una nueva escalada del dólar o si, como indica el manual de las campañas electorales, promoverá un año con retraso cambiario y tarifario.

 

“La política de reprimir precios (tarifas, dólar) para mejorar la distribución del ingreso ha probado tener efectos sólo temporales y a un costo enorme, alejando la inversión y dejando al Estado como única fuente de empleo, sin los recursos genuinos”, advirtió el economista jefe de la Fundación Mediterránea, Jorge Vasconcelos.

 

Pero quizás la señal más contundente en cuanto a dudas sobre el plan 2019 lo dieron aquellos que tienen que poner el dinero: es decir, los empresarios. El más poderoso de ellos, Paolo Rocca, líder del grupo Techint, lo señaló de la manera más explícita posible: “Es fundamental que se mantenga un tipo de cambio competitivo y que no se deje atrasar el tipo de cambio en el año electoral”, dijo en un seminario sobre Pymes.

 

Sentado a su lado estaba el ministro Dante Sica. Era la reaparición pública de Rocca tras la noticia de que sería procesado por la causa de los cuadernos. Los empresarios que lo escuchaban aplaudieron a rabiar.

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