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Ushuaia

El “Petiso Orejudo”, el niño que mataba niños: el clavo en la frente de su víctima y el gato que marcó su destino

Cayetano Santos Godino murió el 15 de noviembre de 1944 y aún no se definen las causas de su fallecimiento, en el presidio del Fin del Mundo. Su vida criminal inició a los 7 años: la infancia marcada por la violencia y el momento en que confesó que disfrutaba quitándole la vida a otros nenes que consideraba “tontos” y que recordar el momento en que mataba lo excitaba
Cayetano Santos Godino
—¿Es usted un muchacho desgraciado o feliz?—, preguntaron los doctores al detenido.

¡Feliz!—, respondió Cayetano Santos Godino.

—¿No siente usted remordimiento de conciencia por los hechos que ha cometido?—, indagaron.

—No entiendo lo que ustedes me preguntan—, dijo.

—¿No sabe usted lo que es el remordimiento?—, insistieron los médicos.

—¡No, señor!—, aseguró Godino.

—¿Siente usted tristeza o pena por la muerte de los niños?

—¡No, señor!

—¿Piensa usted que tiene derecho a matar niños?

—No soy el único, otros también lo hacen...

—¿Por qué mataba usted a los niños?

—Porque me gusta.

—¿Por qué producía incendios?

—Porque me gustaba.

La transcripción anterior es parte de la entrevista que le hizo un equipo medico, encabezado por los doctores Negri y Lucero, a Cayetano Santos Godino después de ser detenido y recluido en el Hospicio de Las Mercedes, en 1914, al confesar que entre 1904 y 1912 mató a cuatro niños y que atentó contra la vida de otros tantos; además de provocar serios incendios.

Tenía 16 años cuando fue recluido, en los inicios de la segunda década de 1900, pero impactó tanto la frialdad con la que ejecutó sus crímenes que los investigadores criminalistas actuales y la prensa policial del mundo entero lo consideran como uno de los asesinos más temibles y nefastos de la historia.

Él mismo fue víctima desde temprana edad y su vida estuvo marcada por golpizas y malos tratos. Quizás, el niño aturdido que nunca recibió afecto no encontró otra manera de gritar sus propias desgracias y tradujo ese dolor con un sello propio recargado de sangre y contra quienes él pudo vencer: otros niños indefensos.

CayetanoCayetano
“Podría ser un monaguillo porque su cara tiene mirada nostálgica, sus orejas son llamativas, pero no aparenta una violencia particular. Sin embargo, es microcéfalo, con cerebro patológicamente pequeño y probablemente con lesiones graves que hace que casi no tenga corteza cerebral y de ahí esa agresividad tan extrema”, lo definió para la televisión española el psiquiatra forense José Cabrera. Godino fue hijo de un padre alcohólico, con sífilis y golpeador.

La infancia y los primeros crímenes

Cayetano fue uno de los ocho hijos de Fiore Godino y Lucía Ruffo, un matrimonio de calabreses, oriundos de Cosenza, que desembarcaron en Argentina en 1884 en busca de una nueva vida y, al igual que cientos de familias, fueron parte de los conventillos que se alzaban en los inminentes barrios porteños. Allí, el 31 de octubre de 1896, nació quien una década más tarde sería conocido como “el Petiso Orejudo”.

Su apariencia de niño (consecuencia de los serios problemas de salud que arrastró en los primeros años de vida y su cuerpo diminuto) distaba del despertar sexual temprano motivado por los horrores que cometía: al ser arrestado confesó sentirse excitado cada vez que recordaba el momento en que mataba.

Durante su infancia, Cayetano pasaba tiempo masacrando animales y solía descargar la furia de haber sido golpeado contra aves, gatos y perros que se cruzaba. No tardó en buscar otras víctimas e inicial la lamentable carrera criminal.

El 28 septiembre 1904 —con apenas 7 años—, Cayetano llevó a la fuerza a Miguel de Paoli, un niño que no llegaba a los 2 años, hasta un terreno baldío de la zona (actual barrio de Parque de los Patricios). Allí lo golpeó y lo tiró arriba de un montículo de espinas que le provocaron graves heridas. Se detuvo cuando el paso de un policía, que casualmente pasó por el lugar, vio la confusa situación y los llevó a los dos a la comisaría.

A los pocos meses, Godino no se sabe cómo, volvió a llevar a otra niña pequeña hasta otro baldío y dejó caer con todas sus (pocas) fuerzas una piedra sobre la cabeza. Era Ana Neri, una beba de 18 meses. Una vez más, fue un agente de la policía quien impidió la masacre. Por segunda vez, y con sólo 7 años, ingresó a una comisaría, donde se lo pretendía al menos asustarlo porque por su corta edad no se podía hacer más.

La niñez de Cayetano Godino transcurrió en la calle, vagando. A los 5 años comenzó el recorrido por varias escuelas, de las que siempre era expulsado La niñez de Cayetano Godino transcurrió en la calle, vagando. A los 5 años comenzó el recorrido por varias escuelas, de las que siempre era expulsado
El deseo de cometer un crimen parecía evidenciarse y se potenció tras los intentos fallidos. Aunque las sospechas estaban, la incredulidad de que fuera capaz de matar, también. Pero no tardó en hacerlo: María Rosa Faze, de 3 años, fue su primera víctima.

La muerte de la niña pasó desapercibida hasta que él mismo confesó el cómo, dónde y cuándo, seis años más tarde. Según los registros de la época, intentó estrangularla en un baldío de la calle Río de Janeiro y como no pudo, la enterró viva en una zanja que cubrió con latas. El cuerpo de la pequeña nunca fue encontrado porque en el lugar que él mismo señaló como escena del crimen se había construido una casa de dos pisos. Los investigadores corroboraron que el 29 de marzo de 1906 se denunció en la comisaría 10ª la desaparición de la niña y que nunca había sido encontrada.

El 5 de abril de ese año, su propio padre lo denunció: enardecido, llegó a la comisaría luego de encontrar dentro de un zapato de su hijo un pájaro muerto y descubrir que debajo de la cama escondía una caja con los cuerpos decapitados de otras aves, guardados como trofeos. Así lo quedó en las actas policiales:

En la Ciudad de Buenos Aires, a los 5 días del mes de abril del año 1906, compareció una persona ante el infrascripto Comisario de Investigaciones, el que previo juramento que en legal forma prestó, al solo efecto de justificar su identidad personal, dijo llamarse Fiore Godino, ser italiano, de 42 años de edad, con 18 de residencia en el país, casado, farolero y domiciliado en la calle 24 de Noviembre 623. Enseguida expresó: que tenía un hijo llamado Cayetano, argentino, de 9 años y 5 meses, el cual es absolutamente rebelde a la represión paternal, resultando que molesta a todos los vecinos, arrojándoles cascotes o injuriándolos; que deseando corregirlo en alguna forma, recurre a esta Policía para que lo recluya donde crea oportuno y para el tiempo que quiera. Con lo que terminó el acto y previa íntegra lectura, se ratificó y firmó. Se resolvió detener al menor Cayetano Godino y se remitió comunicado a la Alcaidía Segunda División, a disposición del señor jefe de policía.

Estuvo tres años en el Correccional de Menores. Salió con 12 años, con el apodo que lo hizo pasar a la historia y más ansias criminales que antes.

El lugar donde el Petiso Orejudo cometió su último crimen. (Fotografía: Caras y Caretas)El lugar donde el Petiso Orejudo cometió su último crimen. (Fotografía: Caras y Caretas)

Los incendios

Al volver a las calles, Cayetano —ya conocido como “el Petiso Orejudo”— ingresó a trabajar en una fábrica, pero duró apenas tres meses. Regresó a sus zonas de vagabundeo y buscó estrechar vínculos con personas enemigas de las buenas costumbres y de la ley. Así lo describe un informe que agrega: “Tenía severos dolores de cabeza que, sumado a su inminente alcoholismo, todo se traducía en intensas ganas de matar y producir daño”. Tanto así que el 17 de enero 1912 irrumpió en una fabrica para darle rienda suelta a otra de sus pasiones: los incendios.

El 25 enero 1912, los padres de Arturo Laurora, de 3 años, denunciaron la desaparición del niño. Al día siguiente, su cuerpo fue encontrado en una casa abandonada de la calle Pavón 1541. El pequeño tenía su cuerpecito completamente golpeado, estaba semidesnudo y con un trozo de piolín atado en el cuello. Aunque, una vez más, las investigaciones no llevaron a ningún lado, más tarde “el Petiso” confesó también ese crimen.

Alienado por el reflejo del fuego en aún encendían sus retinas, el 7 de marzo de 1912, Cayetano incendió las ropas de Reina Bonita Vainicoff, de 5 años, quien luego de 16 días de agonía murió en el Hospital de Niños. El 24 septiembre 1912, mientras trabajaba en una bodega, mató de 3 puñaladas a una yegua. No fue detenido porque no pudieron comprobar ese hecho. Días después volvió a provocar dos incendios que rápidamente fueron controlados y no hubo que lamentar victimas.

Roberto Russo tenía 2 años y, como todo niño de esa edad en esa época, jugaba con sus amiguitos en la puerta de su casa, cosa que ocurría ante la atenta mirada de Cayetano: era 8 de noviembre de 1912 cuando llevó al pequeño a una tienda diciéndole que le compraría caramelos... pero, tenía otros planes. Lo obligó a acompañarlo hasta un terreno donde plantaban alfalfa, lo tiró al piso y le ató los pies con una cuerda e intentó ahorcarlo con el mismo piolín con que sostenía sus pantalones. Fue descubierto por un peón que lo llevó ante las autoridades.

Cayetano Santos Godino en el penal de Tierra del Fuego, luego de ser capturado en Buenos Aires en 1912Cayetano Santos Godino en el penal de Tierra del Fuego, luego de ser capturado en Buenos Aires en 1912
Hábil para las excusas, inventó que había encontrado al chico así y que solo lo estaba ayudando. Fue liberado por falta de mérito. Desilusionado por no haber logrado su cometido, en la mañana del 3 diciembre 1912 descargó toda su furia en Gerardo (Jesualdo) Giordano, de 3 años.

Luego de desayunar en la vivienda ubicada en Progreso 2185, el niño salió para jugar con sus amiguitos; quizás al mismo tiempo, Cayetano salía de su vivienda (Urquiza 1970) y luego de merodear por las calles, los vio... Imaginarlo, en ese momento, en el que quizás miró a Gerardo como un depredador marcando a su presa, estremece. Fue por él.

Se sumó al juego de los pequeños porque su aspecto le permitía ganar la confianza de sus víctimas. Con el cuento de comprarle unos caramelos logró que Jesualdo lo acompañara a un almacén (Progreso 2599) donde compró dos centavos de dulces y chocolate. El niño insistió por ellos, pero, habilidoso, le dio algunos y prometió el resto sólo si lo acompañaba a una quinta que pertenecía a Perito Moreno (luego Instituto Bernasconi).

El niño, quizás temeroso y desconfiado, se resistió. Enfurecido, lo entró a la fuerza, lo arrinconó al costado de un horno de ladrillo y para inmovilizarlo le colocó una rodilla sobre el pecho. Se quitó el piolín con el que sostenía sus pantalones (de esos que usan los albañiles para la plomada) y le dio varias vueltas alrededor del cuello, trece en total, y comenzó a estrangularlo.

Cuando el pequeño intentó levantarse, lo ató de pies y manos... Impensado que a esa edad el niño luche por su vida, pero así lo hizo.

Godino no logró ahorcarlo. Salió de la quinta para buscar algún elemento con el cual pudiera golpearlo y terminar de una vez con su cometido, pero se topó con el padre del chico (Jesualdo, lo llamó el diario La Prensa para resguardar la identidad del menor) que le preguntó por él. Le dijo que no lo había visto y hasta le aconsejó que se dirigiera urgente a la comisaria más cercana para efectuar la denuncia. El hombre se fue y Cayetano encontró un clavo de 4 pulgadas. Era lo que “necesitaba” para acabar lo que empezó.

Usó un adoquín como martillo y enterró el clavo de hierro en la cabeza del niño agonizante, luego cubrió el cuerpo con una chapa y se fue a la casa de su hermana a comer y tomar mate. Esa misma noche, fue al velorio del niño y durante varios minutos se quedó observando el cuerpo y salió corriendo. En la tarde del crimen, dos policías lograron atar cabos al recordar los hechos anteriores y en la madrugada del 4 de diciembre de 1912, tras allanar la casa de la familia de Godino, arrestaron al pequeño criminal.

La estatua del Petiso Orejudo en el presidio del Fin de Mundo (Museo Marítimo Ushuaia) La estatua del Petiso Orejudo en el presidio del Fin de Mundo (Museo Marítimo Ushuaia)
Cayetano Godino, apodado “el Petiso Orejudo”, fue detenido a las 4:30 de la mañana. Al revisarlo entre sus ropas encontraron en los bolsillos de su pantalón varios pedazos de piolín, muy similares a los que tenía el cuerpo de Jesualdo, y un recorte del diario La Prensa que contaba la muerte del niño. Confesó sin vueltas ni dudas los cuatro asesinatos, las numerosas tentativas y los incendios.

La Justicia Penal lo declaró “penalmente irresponsable” y derivó la causa a la Justicia Civil, que mandó a internarlo por tiempo indefinido. Tiempo después fue recluido en el pabellón de alienados delincuentes del Hospicio de Las Mercedes, donde atacó a dos pacientes (uno inválido mientras estaba en cama y a otro en una silla de ruedas) y luego intentó huir.

El caso pasó a la Cámara de Apelaciones que resolvió en forma unánime que debía ser confinado y trasladado a la penitenciaria de la calle Las Heras. En 1923 fue trasladado al penal del Fin del Mundo, en Ushuaia, donde en 1927 los médicos decidieron operarle las orejas porque creían que en el tamaño se ocultaba su maldad. Poco se conoce sobre su estadía allí, pero las anécdotas señalan que un día de 1933 mató al gato que los demás reclusos habían adoptado y a quien cuidaban con mucho cariño. Lo tiró vivo al horno de leños y recibió tal golpiza que estuvo más de 20 días en la sala médica.

A 79 años, aún se desconocen las causas reales de su muerte, ocurrida el 15 noviembre de 1944. Se presume que murió a causa de una hemorragia interna provocada por una úlcera gastroduodenal. Otras versiones cuentan que fue violentado sexualmente en varias oportunidades y debido a su pasado como niño de poca salud, todo empeoró en el presidio. Lo que sí se sabe es que murió sin confesar remordimiento por sus crímenes.

Los policías del penal dijeron que falleció por los golpes que recibió cuando mató a otro gato que los presos habrían adoptado luego de que matara al anterior; hay versiones que sostienen que sus compañeros de reclusión le rompieron “cada uno de sus huesos y dejaron su cuerpo roto en un barril, y que luego lo arrojaron al mar”.

El penal fue clausurado en 1947 y cuando fue removido sus huesos no estaban. Las leyendas urbanas de la ciudad austral cuentan que un fémur de Godino era usado como pisapapeles en la casa del director de la prisión...

Su imagen todavía impacta en todo el mundo y la saña con la que mataba es ejemplo de lo que puede pasar por la mente de un criminal. También es defendido por quienes sostienen que fue victima de los maltratos que recibió en su infancia. Una figura de yeso sigue atemorizando a quienes visitan la celda en la que Cayetano Santos Godino pasó sus últimos días. Allí espera para causar temor y escalofríos.

—Perito: ¿Con que objeto fue usted a la casa del niño Giordano el mismo día que lo mató?

—Godino: Porque sentía deseos de ver al muerto.

—Perito: ¿Con que objeto le tocó usted la cabeza al muerto?

—Godino: Para ver si tenía el clavo.

* El diálogo corresponde a una entrevista que le realizaron los peritos a Cayetano Santos Godino en el hospicio de Las Mercedes, tras haber confesado el homicidio de al menos tres niños, entre 1906 y 1912. Se le adjudican cuatro homicidios, pero él último fue el más documentado

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