Gastón, de Ushuaia a La Quiaca en furgoneta: un año, 19 mil km y el secreto para financiar el viaje
Ahí va Gastón, al volante de su furgoneta modelo 98. Lleva un año y 19.000 km de recorrer la Argentina, ese sueño que ya no está en la lista de los pendientes. Su ADN viajero lo ha llevado por 49 países, pero le faltaba conocer en profundidad el suyo, asomarse a los paisajes y a las historias en el camino. No había manejado nunca en ruta, pero el desafío lo animó. Partió desde su tierra, el Alto Valle de Río Negro, encaró por la costa hacia Tierra del Fuego en la primavera del 2021 y ahora, tras deslumbrarse en Jujuy con la belleza serena de La Quiaca, la calidez de su gente y los íconos que se convierten en postal, va rumbo a Tucumán. El suyo no es un viaje en línea recta, es un zig zag en el mapa, una travesía en la que detiene la marcha allí donde algo lo sorprende. No tiene apuro, tiene curiosidad.
Puede maravillarse con las Cataratas del Iguazú, los bloques de hielo que se desprenden del glaciar Perito Moreno, los picos nevados de El Chaltén, emocionarse con una foto en el mismo lugar que su abuelo en Ushuaia hace 40 años.
Y entrevistar a un veterano de Malvinas en Río Grande a 40 años de la guerra, a un gaucho en La Pampa, a mujeres y hombres descendientes de los pueblos originarios aquí y allá.
Tiene 32 años, es psicólogo, el camino lo convirtió en fotógrafo. Tiene el ojo para el clic que ha llevado imágenes suyas a ser seleccionadas para muestras internacionales y la mente para ir por la historia detrás de la foto. Entonces, por ejemplo, después de un retrato a Cacho García en Santiago del Estero, puede escuchar este testimonio.
“Cuando estaba en el colegio secundario, una profesora trataba el tema de las ‘razas’, decía que en Argentina todos éramos de raza blanca. Y un compañero me señala y le pregunta: ‘Profe, ¿Y García?’. La profesora dijo que aunque tenga la piel negra, era de ‘raza’ blanca. Yo en aquel momento era un changuito de 14 y no tenía el coraje de responderle. Nos han criado para sentir vergüenza por ser negros. Pero le hubiera dicho que mi color de piel es porque soy descendiente de africanos, que fueron esclavos acá en Santiago. Y así me reconozco. Y me hace sentir libre.”
La furgoneta
Para cumplir este sueño, Gastón Fournier invirtió sus ahorros en una furgoneta de 1998 con 360 mil km que ya estaba camperizada para viajar, aunque le sumó detalles: tiene una pequeña heladera, una mesa, un anafe y una bacha. Se ducha en estaciones de servicio.
Una pantalla solar aporta la energía de ese hogar sobre ruedas que le da la libertad que buscaba para moverse, irse o quedarse, bucear en las profundidades argentinas que lo apasionan tanto como la ruta.
Cómo financia el viaje
Con el libro Los años nómades (compilación de imágenes y relatos de sus experiencias y registros en todo el mundo) y la venta de fotografías financia esta nueva aventura. Busca lugares seguros cerca de las plazas para estacionar y a veces, pocas, se juega a un camping.
“Pero esta semana me cobraron 1.200 pesos en uno de Santiago del Estero, es mucho”, dice Gastón, que cuando esta en apuros económico mete un posteo del libro para que entren fondos frescos al rescate.
Si antes no manejaba, ahora le encanta. “Me gustan los ritos previos antes de salir, medir el agua, el aceite, el aire, tomar unos mates, poner música, olvidarme del celular, arrancar”, cuenta. ¿Qué suena en la furgoneta? Todo depende del momento: de un guitarrista jazzero a las grandes bandas del rock sinfónico, de una cumbia o un reggaeton si hace falta un ritmo pegadizo, entran en su playlist rutera.
Mochilero en la Patagonia
Gastón nació en Cipolletti, vivió de chico en Neuquén y después nueve años en Roca, de donde son la mayoría de sus amigos, por eso cuando le preguntan responde que es de ahí, de las chacras de manzanas y peras cada vez más linderas a los pozos petroleros. Después de terminar la secundaria en el Alto Valle se recibió de psicólogo en Rosario. En el medio metió sus primeras experiencias viajeras de mochilero en la Patagonia y más tarde el norte del país, Bolivia y Perú, tiempos de pelo largo, guitarra al hombro y esas ganas de cambiar el mundo.
Es alto (1,91), flaco, mira a los ojos cuando habla, ahora tiene el pelo corto, ya no toca la guitarra eléctrica y aun quiere cambiar el mundo. Y siempre para cuando le hacen dedo. “Es instintivo, porque me acuerdo de mi. Aunque solo puedo llevar a una persona porque tengo un solo cinturón de seguridad más. Y pasa algo curioso: cuando ven el libro en la guantera, lo hojean, me preguntan y les cuento mi historia, muchos me compran el libro”, cuenta.
Fue el caso de Wilmer, un venezolano al que llevó en Chubut y que más tarde le envío un mensaje de agradecimiento y le decía que buena parte lo que proyectaba tenía que ver con la motivación de aquella charla en las rutas de la Patagonia, con el libro que leyó después. Alegrías que da el camino, como llevar al gaucho que iba a una jineteada y a la belga de la Cruz Roja que iba en bici de Perú a Ushuaia, entre tantos otros encuentros inolvidables.
Saludos desde Indonesia
De tanto andar, esos vínculos llegan hasta la lejana Indonesia. Pero eso fue antes, en el 2020, después de una visa Work and Holiday que le permitió trabajar un año en un hotel, un bar de Copenhague y como fotógrafo en dos casamientos y ahorrar para pagarse un viaje por Asia. Lo mismo había hecho como mozo en París para recorrer más tarde África.
Días antes de la pandemia, en la India solía canjear hospedaje por fotos y conectarse con las ONG’s para proponerles que lo dejaran acompañarlos en sus tareas en zonas rurales, barrios, escuelas, clínicas, grupos de mujeres. A cambio, les proveía de imágenes, obtenía así las que utilizó en sus fotolibros y se asomaba a ese mundo de lazos solidarios que cubre vacíos cuando los estados no están.
Trabajaba en uno de esos proyectos cuando las cosas se pusieron cada vez más ásperas con los extranjeros, sospechosos de portar el maldito virus. Ni siquiera servía el último recurso: nombrar a Messi para dejar de ser un gringo más como tantas otras veces.
En aquellos días de vértigo, cuando los países cerraban sus fronteras y los viajeros debían decidir a toda velocidad qué hacer, Gastón estaba cerca de la frontera con Pakistán.
Era el 18 de marzo y la travesía que tenía planificada por el sur asiático naufragaba en aquella locura de aeropuertos copados por pasajeros sin destino: no se podía entrar a Nepal, ni a Vietnam, ni a Myanmar, ni a ningún otro lado que no fuera Indonesia.
Con la gimnasia de un viaje que llevaba más de dos años, a esa altura con 45 países visitados, resolvió rápido: su mejor chance era comprar en ese mismo momento desde el celular tres pasajes de avión para hacer Amritsar – Nueva Delhi- Bangkok – Bali y encomendarse a todos los santos de la ruta para entrar antes de que lo prohibieran.
Llegó 30 horas después, justo a tiempo. Y recién cuando le pusieron el sello en el pasaporte respiró aliviado. “Tenía mucho miedo de que cancelaran vuelos o cerraran la frontera mientras volaba o esperaba en los aeropuertos. Si eso pasaba, estaba al horno: ya no sabía dónde ir”, recuerda.
Llegó en un mototaxi a Amed, un pequeño pueblo de pescadores y campesinos. De allí es la entrañable familia que lo alojó seis meses en su hostel y ahora las pequeñas hijas de la pareja le mandan audios para saludarlo, preguntarle cómo está.
Y lo mismo con Sri, la chica que se casó en Bali: a ella le tomó una imagen que fue elegida para ser exhibida en París y Milan en Atlas of Humanity, muestra en la que en la que 50 fotógrafos de todo el mundo son seleccionados para exhibir sus retratos, muchos de ellos firmados por nombres que coleccionan premios, publicaciones y tapas de revista año tras año, como las de la prestigiosa National Geographic. Gastón es autodidacta, se inspira en los mejores y ahora se codea con ellos.
Argentina de punta a puna
La pandemia pasó, el viaje continuó y ahora es el turno de la Argentina. Ahí está el registro de tantas maravillas, los paisajes famosos y los menos conocidos, la pampa húmeda, las montañas y los lagos del sur, la magia del norte, la alegría de que su padre haya volado a visitarlo para ir juntos en la furgoneta a los hielos eternos del glaciar Perito Moreno y los saltos furiosos del Iguazú. Su madre, que en estos días recorre el país en un motorhome, le dijo: “Con razón te gusta tanto viajar”.
Gastón bajó desde el norte de la Patagonia por la costa por la ruta 3, se quedó un mes y medio en Tierra del Fuego.
Después subió por la mítica ruta nacional 40, publicó fotos en revistas internacionales, aprendió sobre los yaganes, los mapuches, los tehuelches, los kollas y los quechuas a medida que avanzaba, siempre a entre 80 y 90 km/, con un rendimiento de unos 10 km por litro de gasoil.
Y si al principio de la aventura hacía grandes tramos de hasta 600 km por día, con el tiempo aprendió que mejor viajar en distancias cortas, no más de 100 por jornada disfruta más de la aventura.
Cabalgó más tarde en los humedales correntinos, se reencontró con los tareferos de Misiones, se sumergió en el mundo de los devotos del Gauchito Gil y ahora anda con una cintita roja.
La furgoneta es noble, pero a veces lo deja a pata: el embrague, las bujías, los frenos.
Y en Cabo Vírgenes, donde nace la 40, no quiso arrancar. Pero siempre apareció un mecánico para repararla y muchos, además de no cobrarle, le compraron un libro, lo siguen en las redes, le mandan mensajes.
Ahí va Gastón, feliz de saber más sobre su país, sin un plan fijo, donde el camino lo lleve. Para eso están las rutas, para descubrir el mundo. Y tratar que sea, cada día, un poquito mejor.
El libro
“El autor nos relata las historias detrás de sus fotografías, y cómo uno retrata a los demás, en el fondo, para buscar respuestas en sí mismo», dice Aníbal Bueno, fotógrafo español, en las contratapa de «Los años nómades, un viaje entre fotografías y culturas», el libro de Gastón.
En 224 páginas y 120 fotos color, hilvana historias, culturas, miradas y voces. Y reflexiona sobre la fuerza transformadora de los viajes mientras rinde su homenaje íntimo a todas las personas que pasaron por la lente y su corazón en todos estos años de aventura viajera en Latinoamérica, Europa, África y Asia. Vale 2800 pesos y se puede comprar acá
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