A Gustavo Pedemonte no le costó trabajo hallar la posición que ocupaba en el combate de Monte Longdon. Está tal cual, bajo una piedra cubierta por la turba, y aclara que en el sitio no volvió a crecer vegetación. Junto al equipo de arqueólogos despejaron la turba de la piedra y todos se sentaron en el mismo lugar donde 41 años atrás junto a sus nueve soldados se batieron a muerte con los británicos.
Vieron cantidad de vainas, esquirlas y restos de equipos, como trozos de capotes y carpas. Pedemonte marcó la diferencia con la visita que hizo en el 2019. Esta vez fue muy distinto. En su posición, donde sólo él sabe lo que vivió, no aguantó la profunda emoción que lo dominó.
Pedemonte era un cabo que el 20 de mayo de 1982 cumplió 20 años. Era jefe de tiradores de la segunda sección de la Compañía B del Regimiento 7. Fue, junto a Raúl Castañeda, entonces teniente de 25 años, jefe de la primera sección de la Compañía C de la misma unidad, los veteranos que integraron un equipo multidisciplinario de antropólogos sociales, arqueólogos, historiadores y militares que realizaron lo que ellos llaman “proyecto de mapeo” de los combates de Monte Longdon y de Tumbledown.
El trabajo se desarrolló entre el 9 y el 19 de noviembre. La directora del proyecto es Rosana Guber, antropóloga social e investigadora del Conicet. Estudiosa de la forma de vivir y de pensar y las perspectivas que posee el individuo de distintas situaciones, en este caso en Malvinas, es autora de tres libros sobre el conflicto, problemática que la ocupa desde 1989.
“Un combate es fundamentalmente una ocupación territorial; son combatientes aferrados al terreno; el lugar es tremendamente definitorio, con la presencia de un enemigo sordo, que es el clima hostil”, explicó.
Desde el 14 de abril de 1982, día en que llegó a las islas, el regimiento 7 ocupó posiciones en Monte Longdon y en Wireless Ridge. Longdon era la primera y más importante línea defensiva ante el avance inglés. La noche del 11 de junio los británicos lanzaron su ataque.
Para Pedemonte, este viaje fue terapéutico; no fue como un visitante más sino como el integrante de un equipo. Con una memoria sorprendente, fue guiando a los arqueólogos por cada una de las posiciones que ocupaban con sus soldados. Siempre estuvo convencido de que hallaría la suya, si hasta en el viaje que hizo cuatro años atrás fue caminando desde Puerto Argentino, recreando la marcha que habían hecho como cabo en 1982.
Ese trabajo intenso de una semana que comenzaba a las seis de la mañana y que duraba hasta la noche, le sirvió para entender qué es lo que había fallado en la guerra, pudo ver una realidad que le hizo entender que habían estado mal ubicados, con fallas de logística y de comunicación.
A Pedemonte lo embargó la angustia, la bronca, la tristeza que dice que son sentimientos que se multiplicaron por los 41 años transcurridos. Desea que cada uno de los argentinos que no fueron a la guerra comprendan el titánico esfuerzo que ellos realizaron defendiendo ese monte. “Los que estaban en el continente no alcanzaron a dimensionar lo que vivimos acá”.
Las huellas de lo vivido las tiene aún a flor de piel. Se acuerda de memoria los nombres de los nueve soldados que estaban a su cargo. Con Ronconi estaban juntos en la posición; a su izquierda Pinto, Maidana y a la derecha Petrucelli, Pascual y Díaz. Aunque aclaró que a medida que los ingleses avanzaban, iban cambiando. En un principio se habían ubicado en la llanura, pero los pozos de zorro se inundaban y los bombardeos navales los hicieron moverse hacia el monte.
Seis de ellos murieron justo cuando Pedemonte ordenaba un repliegue: Aldo Ferreira, Horacio Ronconi, José Petrucelli, Luis Díaz, Julio Maidana y Alberto Pascual. Fue cuando a los británicos no les quedó más remedio que arrojarles granadas para quebrar la resistencia. El mismo quedó herido. Eran las 1 y 40 de la madrugada.
Este joven que vivía muy cerca del puente que une Corrientes con Resistencia, a los 15 años ingresó a la Escuela de Suboficiales, maravillado por los desfiles militares en las fechas patrias. Se anotaron con varios amigos aunque él fue quien pudo graduarse. Desde antes del viaje, había propuesto al equipo quedarse una noche en el campo, para que pudieran experimentar lo mismo que ellos habían vivido. Los permisos en las islas no incluían el pernocte ni el encendido de fuegos, pero un día permanecieron hasta las once de la noche. Los arqueólogos comprendieron entonces el entorno en que se luchó.
“Esa semana la viví como si tuviera 19 años. Estuve bárbaro, espléndido. Aunque cuando regresé a casa, estuve una semana en cama”, contó.
Cuando regresó al continente, le diagnosticaron estrés post traumático y por 1984 o 1985 le dijeron que era un hombre joven, con una vida por delante, con oportunidad de hacer otras cosas, y le dieron la baja.
Siempre sintió la necesidad de reunirse con veteranos, cosa que las redes sociales facilitaron mucho. Contó con orgullo que sus “ex soldados” lo invitan a los asados.
El viaje llevó dos años de planificación, que incluyeron entrevistas a veteranos que participaron en combates y otros que no, lectura y análisis de documentos y hasta entrenamiento físico. Financiado por la Agencia Nacional de Investigación, el proyecto desarrollado se llama “Los rostros y la savia de la guerra de Malvinas”. Es el primer trabajo de este tipo hecho por argentinos en las islas Malvinas.
“Hemos aprendido mucho de los veteranos”, afirmó Guber. La idea de este proyecto fue el de analizar cómo los grupos humanos se organizan y actúan de determinada manera, enfrentados a muerte.
En el regimiento del ejército en Río Gallegos se equiparon con ropa térmica, ya que había que ir preparados para un clima donde en un mismo día llueve, graniza, nieva, sale el sol o sopla un viento de locos. El equipo les preguntó a los veteranos cómo habían hecho para soportar la hostilidad del clima.
Estuvieron cuatro días en Monte Longdon y dos en Monte Tumbledown, con el objetivo de estudiar estas batallas, cómo se combatió y los lugares de comunicación entre las fuerzas argentinas. “Qué distinto es estar en el lugar a ver videos o que te la cuenten”, dijo el arqueólogo Carlos Landa, para quien fue el primer viaje a las islas. Para Landa, Longdon, un monte de 270 metros de altura y de un kilómetro doscientos de largo, le parecía el lomo de un dragón.
Con Raúl Castañeda se reconstruyó el contraataque en Monte Longdon. Allí como en la mayoría de los combates se desarrollaron de noche. Con Castañeda se buscaron puntos que él recordaba. Llegó a ubicar su posición. “Se emocionó muchísimo”. También se hallaron posiciones inglesas, donde encontraron restos de envases de morfina.
Se realizaron relevamientos fotogramétricos de pozos de zorro y nidos de ametralladoras. “Ir con veteranos fue fundamental, porque sus relatos y testimonios arrojaron luz sobre diversas cuestiones”, aclaró Landa.
En las recorridas por los campos de batalla, iba adelante el veterano con GPS y micrófono.
Fueron seis días, donde se trabajaba doce horas. Se levantaban a las cinco de la mañana y luego de desayunar -ellos habían llevado alimentos calóricos- a las seis los pasaba a buscar Jimmy Curtis, el guía.
Guber es la directora del proyecto. Integran el grupo el subdirector Héctor Tessei, que en la guerra era teniente primero. En el Grupo de Artillería 3, fue el encargado de la Batería C, emplazada en el valle de Moody Brook, entre los montes Longdon y Dos Hermanas. También lo integran Daniel Chao y seis arqueólogos: Carlos Landa, Juan Bautista Leoni, Diana Tamburini, Sebastián Avila, Luis Coll y Alejandra Raies. El grupo lo completaron los veteranos Raúl Castañeda y Gustavo Pedemonte. Además, fue un equipo del Observatorio Malvinas de la Universidad de Lanús y otro de la editorial Taeda. Si bien no viajó, Guber quiso destacar la labor de la historiadora Alejandra Berrutia. Ahora viene la etapa de análisis de la información recogida en el campo, condensada en más de seis mil fotos y cientos de minutos de filmaciones del dron.
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