
Zambullirse en las heladas aguas del mar de Hoces, en la Antártida, es una experiencia extrema que cada vez más viajeros se animan a vivir. Conocido como polar plunge —o salto polar—, este ritual a temperaturas cercanas a los 0,5?°C combina adrenalina, desafío físico y una carga emocional única. Aunque es breve, muchos aseguran que deja una huella imborrable.
El bloguero colombiano Christian Byfield, que viajó recientemente al continente blanco cruzando el temido paso de Drake, compartió en sus redes cómo vivió este particular salto desde un barco de expedición. “Uno salta y es como si mil agujas te picaran al mismo tiempo”, relató. Su madre decidió no participar; su padre, en cambio, sí se animó.
El polar plunge no es apto para todos. Personas con antecedentes cardíacos o respiratorios no deberían intentarlo. Sin embargo, para quienes están en condiciones, los beneficios potenciales incluyen mejoras en la circulación sanguínea, reducción de inflamación, recuperación muscular más rápida y hasta efectos regenerativos celulares, según diversas investigaciones sobre la exposición controlada al frío.
La secuencia es rápida: un salto fugaz, una inmersión breve, una escalera de regreso al barco, aplausos de los demás pasajeros, una toalla caliente y, en muchos casos, un trago de vodka para mitigar el impacto.
“Más allá del susto o el dolor momentáneo, hay algo en esa mezcla de hielo y logro personal que te cambia”, aseguró Byfield, quien sumó esta experiencia a una larga lista de aventuras extremas.
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