El excombatiente Marcelo Rosasco recordó los momentos de "tensión, angustia y ansiedad" que vivió junto a las tropas argentinas la noche del 13 de junio de 1982, momentos antes que se dispusiera el cese al fuego que le puso fin a la guerra de Malvinas en la que perdieron la vida 649 argentinos y 255 británicos.
"La noche del 13 al 14 de junio se vivió con muchísima tensión, angustia y ansiedad en Puerto Argentino. Más allá del frío que empezaba a golpear fuerte los huesos, las almas y los corazones, y de las condiciones en la que estábamos los soldados argentinos, había una situación de incertidumbre porque notábamos que el avance de las tropas británicas era cada vez más intenso", contó Rosasco a Télam.
El excombatiente, que hoy trabaja como periodista, se encontraba en aquel entonces junto a un grupo de soldados custodiando la capital de las islas y como apoyo de las tropas que estaban en el frente, combatiendo en primera línea.
La tarde del 13 de junio la tensión iba incrementándose y varios soldados fueron trasladados de urgencia "a dar batalla" en Monte Tumbledown.
"Nosotros hacía dos días que estábamos sin comer, solo ingeríamos las raciones frías que se nos habían asignado al comienzo del conflicto, destinadas a cuando nos tocara combatir prácticamente cuerpo a cuerpo, que no era nuestra situación. Los compañeros que estaban destinados a la cocina no podían hacerlo porque implicaba un movimiento inusual que podía ser captado por los radares enemigos y ofrecer un blanco de fuego bastante vulnerable", repasó.
En esa situación límite, "un grupo de doce o quince soldados" les dijo que cargaran el armamento y el correaje en los que llevaban sus pertenencias para "ir a ocupar las posiciones que habían sido abandonadas por otras compañías del regimiento", relató sobre las horas previas en la cuenta regresiva al 14 de junio de 1982.
"Antes de ir a ese destino nos indican que probablemente sean las ultimas horas de combate y que existe la chance de que se termine, o que los ingleses avancen de lleno sobre la ciudad y que tuviéramos que intervenir como última retaguardia de defensa. Y nos dicen que estuviéramos especialmente atentos a un posible desembarco de los británicos en los helicópteros en los que ellos se movilizaban", rememoró.
Aquella noche en Puerto Argentino, reconstruyó Rosasco, las bengalas que atravesaban el cielo y las balas trazantes "incesantes" que guiaban los disparos iluminaban la oscuridad hasta parecer de día.
Tras la orden recibida, Rosasco y sus compañeros se turnaron para hacer guardias de una hora y media con el miedo por los bombardeos y un posible desembarco.
"Fueron horas que parecían eternas hasta el amanecer. En un momento determinado sentimos una bala o una munición se había desviado del objetivo y que cayó a unos 300 metros y terminamos los doce en una trinchera que era para, a lo sumo, para seis personas", recordó.
En un momento los bombardeos cesaron y "ese infierno" en el que vivieron durante tres o cuatro horas llegó a su fin, seguido de un silencio y el amanecer.
"Entonces apareció un sargento de nuestra compañía a decirnos que se había decretado el cese del fuego. Que a partir de ese instante teníamos que esperar las órdenes que nos bajaran nuestros oficiales y o los suboficiales de las tropas británicas, y que estaba absolutamente prohibida cualquier manifestación que pudiera interpretarse como rebelión", detalló.
En ese momento, Rosasco pensó en "el sufrimiento que estarían atravesando" los compañeros rendidos en manos del enemigo en medio de "la batalla, del frío, del dolor, de las inclemencias del tiempo".
"Nos miramos a los ojos entre los diez que seríamos y nos empezamos a abrazar. Algunos empezamos a llorar y ese abrazo, que empezó siendo de dolor, terminó en alegría. Un abrazo liberador porque de alguna manera, tal cual lo venimos sintiendo aun hoy 40 años después, sentíamos que estábamos naciendo otra vez", expresó.
También de ese momento se acuerda la "tristeza" que le produjo ver cómo "arreaban nuestra bandera para volver a izar la británica" y escuchar a lo lejos el "tiro al aire de algún rebelde que se insubordinó".
"A lo largo del día, las sensaciones se fueron diversificando. Cerca del mediodía, antes de esperar la orden que indicaba la retirada hacia una zona más segura, para posteriormente embarcarnos al continente, nos dan lo que quizá fue la mejor orden que nos pudieron haber dado: no teníamos que dejar nada de nuestras pertenencias sanas. Teníamos que romper todo el armamento, los vehículos de transporte para que no quedaran en poder del enemigo", señaló.
Luego fueron conducidos "a los galpones, en los que había un deposito de comidas almacenadas" y les dieron el día libre para que "literalmente, los saqueáramos".
"En un santiamén recuperamos la alimentación que se nos había negado por lo menos durante dos semanas, cuando se había interrumpido la ingesta de tres comidas diarias. Fue un cierre alegre dentro de la tragedia que habíamos padecido durante 74 días", completó Rosasco.
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