José Luis del Hierro cayó en combate y sus restos están en el cementerio de Darwin; sus hermanos quieren llevarlos a Mar del Plata y saldar el pedido que por carta les hizo desde las islas.
El chalet donde se criaron no se vende. Es una decisión firme, tomada hace años. Los padres ya no están. Juan Miguel, el segundo de los hermanos, vive en Barcelona. Y Juan José, que tiene uno propio donde vive con su familia, es quien más sostiene la ilusión de cumplirle el deseo a José Luis del Hierro, el mayor y caído en combate en la guerra de Malvinas, hace 40 años. “Cada vez tenemos más ganas de volver a casa, sea como sea”, les escribió desde las islas, una semana antes de morir. Ahora, sus hermanos quieren traer sus restos a esta ciudad.
Juan José es quien más mantiene vivo aquel pedido y reitera gestiones para que le permitan traer los restos desde el cementerio de Darwin, donde están sepultados los restos de su hermano. Sueña con una despedida y San Luis 4290, el domicilio que el mayor de los tres hermanos atravesó por última vez en abril de 1982 para reincorporarse al Ejército Argentino, aún sin saber que iba a una guerra.
“Ya no lo hago por mis padres, que querían darle respuesta a su pedido de volver a su casa como sea, tampoco por mí: la vuelta es por él, por José Luis”, explica Juan José a LA NACION casi 40 años de la última vez que lo vio, cuando de baja tras cumplir el servicio militar durante 1981, ya estudiante de ingeniería y con pasajes listos para viajar con toda la familia a España, no escuchó las súplicas de Susana, su madre, y le pidió a su papá, José María, que lo lleve a La Plata para volver a calzarse el uniforme de fajina en el Regimiento 7 y alistarse para lo que venía.
José Luis del Hierro cayó en el campo de batalla sobre horas finales del enfrentamiento, que recién tuvo alto el fuego el 14 de junio. Casi una semana después, el 20, toda su familia fue a buscarlo a La Plata cuando los sobrevivientes volvieron al continente. “Ni su jefe sabía dónde estaba o qué le había pasado”, recuerda sobre aquel desconsuelo e incertidumbre que vivieron a la par de parientes de otras decenas de fallecidos que no aparecían en los listados.
El cementerio de Darwin, en las Malvinas
José María, el padre, se movió durante meses sin encontrar una sola respuesta de las autoridades nacionales de entonces. Optó por viajar. Fue a París y desde allí lo derivaron a Suiza, para que consulte en la sede de la Cruz Roja. Recién en marzo de 1983 confirmó lo que temían y hasta entonces se negaban a aceptar: el cuerpo de José Luis lo encontraron militares ingleses en noviembre de 1982, cuando la primavera acabó con la nieve y dejó al descubierto mucho más de la sangrienta tragedia que dejaron bombas, morteros y fusiles.
Juan José conserva en una pequeña caja las cartas que escribía su hermano desde horas antes de cruzar el Océano Atlántico y las pertenencias que a su padre le entregaron en Zurich. Cinco meses bajo nieve pasó esa suerte de portadocumentos que llevaba en un bolsillo del uniforme, donde tenía una foto carnet con su ropa militar, estampitas, una moneda y una mínima agenda con teléfonos de familiares y amigos. También le entregaron la cadena identificatoria que llevaba, por lo que fue de los pocos que pudieron ser enterrados allí con nombre y apellido.
Cuenta a LA NACION que pudo viajar dos veces a visitar la tumba de su hermano. En 1991, con un gran grupo de familiares de caídos en combate para estar por primera vez frente a esas tumbas y cruces. “Yo sabía la fila y parcela exacta donde estaba, pero la mayoría del resto se encontró con placas de soldado conocido solo por Dios”, recordó sobre aquel momento dramático por demás.
Esa situación empezó a tener solución de la mano de otro ex combatiente marplatense, Julio Aro, y la Fundación No me Olvides, que logró un trabajo enorme de la Cruz Roja Internacional y el Equipo Argentino de Antropología Forense para exhumar e identificar restos –hasta el momento 118 y restan 7- a partir de cotejo genético con muestras de sus familiares. Con una colaboración fundamental: Geoffrey Cardozo, un oficial británico, había tomado elementos de cada soldado fallecido (cadenas, papeles) para ayudar a su identificación y relacionó esos datos con el lugar de sepultura. Por esta tarea compartida es que Cardozo y Aro están nominados al premio Nobel de la Paz.
El puñado de cartas que José Luis Hierro escribió a sus padres y hermanos están cargados de emoción, sensaciones de amenaza inmediata y también durísimas quejas para las autoridades militares y de gobierno. “Es cierto que los ingleses están muy cerca “pero a mi puesto de combate les juro no me han venido ninguno a visitar”, espero no lo haga”, les escribió en aquellas últimas líneas del 7 de junio, cuando los combates eran cada vez más intensos y las tropas británicas avanzaban sobre las islas. “Hay que seguir rezando y pidiendo a la Virgen para que esto se arregle en PAZ y se acabe ya”, reclamaba.
“El loco de Galtieri”
“Al final se nos quedó en el tintero el viaje. Pobre papá, tanto juntar y organizar y yo le tiré abajo todo,”, lamentaba por el viaje programado para pasear y ver en España partidos del Mundial de Fútbol 1982. Pero enseguida se quita culpas y deslinda responsabilidades en “el loco de nuestro Presidente y sus desvelos de grandeza”, decía en referencia a Leopoldo Galtieri.
Entonces dispara la queja brava, con pies hundidos entre barro y agua congelada, dirigida al militar entonces jefe de Estado: “Acá todos, pero todos lo agarraríamos del fundillo de los pantalones y lo pondríamos como nosotros, hoy cumplimos 55 días, en estos pozos”, afirma. Y amplía el universo de destinatarios del castigo: “con él a todos esos patriotas de ciudad que por lo que ustedes dicen allá está minado. Acabé el discurso ja.ja”, destaca, con un toque de humor final.
Sus padres fallecieron en 2004, primero su madre y a los dos meses su padre. Juan José se cargó el legado de intentar que los restos de su hermano vuelvan a Mar del Plata y tengan esa última escala en la casa donde se criaron, en el barrio Chauvin. “A mí me gustaría que un día salga el traslado del cuerpo, pero sé que es difícil”, admite.
Hace muy poco, durante la anterior gestión de gobierno nacional, habían logrado algunos avances para el trámite. Pero el cambio de autoridades puso todo en pausa, mientras también reconoce que hay sectores de ex combatientes que cuestionan estos intentos. Entiende que el gobierno inglés no pondría trabas, por lo que la solución que persigue depende de funcionarios argentinos.
“Entiendo que estamos a contramano de la mayoría, con prioridad para la identificación de los caídos que quedaron allá, pero aquí hay un deseo personal de alguien que dio la vida por su país y quería volver a su casa, sea como sea”, remarcó Juan José del Hierro y cita un antecedente: el del capitán Luis Castagnari. A fines de 2018 sus restos volvieron al continente para cumplirle el deseo expreso de, en caso de fallecer en combate, ser enterrado junto a la tumba de su hijo mayor, que había muerto con apenas 3 años de edad. “También nosotros queremos saldar esa cuenta pendiente con mi hermano, y por eso insistimos”, recordó. Y hasta que se logre el objetivo, el chalet de San Luis 4290 no se vende.
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