Martin Vargas, veterano ex tripulante del Crucero ARA General Belgrano, contó su experiencia a bordo de la embarcación luego del ataque efectuado por el submarino nuclear británico HMS Conqueror. El hundimiento se produjo el 2 de mayo de 1982 a las 17 horas y dejó 323 tripulantes muertos del total de 1.093 personas.
El ex combatiente, oriundo de Misiones, tenía 19 años y era Cabo Segundo cuando ocurrió aquel lamentable suceso
“En el momento que inicia la guerra el 2 de abril estábamos en Puerto Belgrano con el barco que no estaba listo aún para salir en combate, había salido hace poco de reparación por un imperfecto. Después de dos intentos, la tercera vez pudimos salir rumbo hacia el sur, no sabíamos si íbamos a la guerra todavía, pero estábamos encaminados cargados de muchos víveres y combustibles para los helicópteros”. rememoró.
“Llegando a Puerto Madryn empezamos con los distintos ejercicios militares que hacíamos a bordo y a medida que fuimos avanzando nos comentaron que íbamos a participar en la guerra de Malvinas. Se fue agregando mucha gente; en la sala de recreación de la tripulación de menor rango, se pusieron muchas camas para los infantes de marina y seguimos navegando en sigilosa, es decir se navegaba totalmente a oscuras. Era una navegación diferente”.
Luego de permanecer unos días patrullando en la zona de Isla de los Estados, el 22 de abril a las 18:30, el Belgrano tomó el puerto de Ushuaia, para reabastecerse y cambiar un lote de munición, convirtiéndose así en el último lugar argentino donde estuvo el crucero. El día 28 de abril se reunió al norte de Isla de los Estados con los destructores ARA Piedrabuena y ARA Bouchard.
“Hacíamos la custodia de toda esa zona sur, desde el Estrecho de Magallanes hacia el Cabo de Hornos, era nuestra zona de derrota donde hacíamos la protección de posibles ingresos de barcos ingleses hacia Chile. Pasaban los días y siempre hacíamos prácticas de combate real, la orden del comandante era que el que no cubría un rol de combate o de trabajo tenía que descansar, tener consigo el chaleco salvavidas y un bolso con ropa impermeable o en bolsas ante una posible colisión o avería”.
El ataque
“Ese mismo día del 2 de mayo, a las cinco de la mañana se tocó un zafarrancho de combate real donde todos salimos a cubrir puestos porque ya habíamos entrado a la zona de exclusión; estábamos navegando muy cerca de Malvinas. Nadie dormía, todos cubrían sus puestos, tal así como los camilleros y enfermeros, yo cubría el puesto de camillero en combate” relató Vargas.
A las 11 de la mañana de ese 2 de mayo se ordena la retirada de la zona de exclusión ante la llegada de una fuerte tormenta. “Las tripulaciones que nos estaban escoltando con otras naves más chicas, corrían riesgo de ser azotados; pegamos la vuelta nuevamente hacia la isla de los Estados y de Tierra del Fuego, siempre hacia el Este. Siendo las cinco de la tarde sentimos el primer impacto, yo especialmente pensé que había explotado la máquina que tenía una pequeña falla, en ese momento cuando se levantó el zafarrancho mucha gente se fue a dormir ya que estaba la orden de relevo y descanso”.
Al momento de ser atacado y hundido el crucero, sus dos destructores que hacían de escolta no navegaban al sur y por fuera de dicha zona de exclusión. Pero en su momento el Reino Unido se había \"reservado el derecho de atacar a cualquier nave o aeronave, dentro o fuera de la zona de exclusión, que considere un peligro para sus fuerzas\".
“Con la primera explosión nos quedamos sin luz, de ahí se siente inmediatamente la segunda explosión y todo el mundo corrió a las balsas salvavidas. Después recibimos la orden del segundo comandante de tirar al agua los tanques de combustibles de los helicópteros y las municiones que había en los pasillos para sublivianar el barco y tratar de cubrir la avería”.
En el momento del ataque Martin Vargas, se encontraba en la zona de cubierta principal, sus compañeros de camarote no corrieron con la misma suerte de sobrevivir ya que se encontraban descansando. “De ese grupo que veníamos de la misma escuela de marina, nos salvamos 4, los otros 16 no logaron salir”.
“Nos contaron que había sucedido un incendio y las escaleras se habían caído, entonces no había modo de salir, teniendo en cuenta que no había luz. Salía un gas muy toxico de adentro, los que salían de abajo lo hacían tosiendo y vomitando, yo no veía a ningún herido, pero si a compañeros bañados en petróleo totalmente”.
El momento del rescate
La embarcación sobrevivió menos de una hora al ataque. El agua lo tapó por completo. “Fui uno de los primeros que saltó a mi balsa, la instrucción era saltar en la puerta de la balsa y no el techo porque corría el riesgo de dejar de ser impermeable”.
En el medio de un fuerte temporal con olas de 8 a 10 a metros, los sobrevivientes unieron sus balsas mediante sogas con el objetivo de ser visualizados y rescatados por la tropa argentina. “Había una diferencia muy grande de olas donde una balsa subía y la otra bajaba; entonces con esa tensión de ritmos diferentes se corría el riesgo de que se rompieran. Con una navaja marinera cortamos las sogas y quedamos a la deriva. Había entrado agua en la balsa, empezamos a desagotar con una jarra plástica y a tirar las mantas que estaban empapadas”.
“Estábamos todos sentados con piernas estiradas y con el agua por la cintura; así pasaron las horas, no he vivido una noche tan oscura como esa vez. Al otro día a las 1 de la tarde vimos un avión sobrevolando, ya las 7 de la tarde divisamos un barco en el horizonte y nos dio mucha alegría; habían pasado 27 horas y dijimos “ya nos van a rescatar”.
Pero la esperanza comenzó a perder fuerza llegada la medianoche, “Amaneció sin ninguna novedad de rescate y llegó la noche nuevamente; de pronto escuchamos gritos, cuando abrimos la puerta teníamos el barco a cinco metros; nos gritaban para ver si había sobrevivientes porque encontraron balsas con toda su gente sin vida”.
El buque ARA Piedrabuena dio inicio a las tareas de rescate. Mediante un aro posicionado debajo de las axilas y una soga, los tripulantes fueron subidos a bordo. “Cuando me levantan no podía estirar las piernas, una vez que llegue a cubierta me quería parar y no podía hacerlo; tenia las piernas entumecidas por el agua, entonces me agarran dos personas de arriba y me llevan hasta el comedor”.
Asimismo, resalta la actitud de sus camaradas “Cuando entramos había aplausos y gritos de bienvenida, fue muy fuerte, una parte muy emotiva. En ese momento sentía una alegría enorme y una necesidad muy grande de estar con mis padres y mis hermanos, ese cariño que uno necesita en momentos difíciles”.
“Después de cuatro días llegué a Misiones donde estuve muchos días sin dormir. Llegaba la noche no era fácil porque sentía una explosión del solo hecho que se cerraba una puerta. Ese impacto lo llevé mucho tiempo conmigo hasta que lo pude superar”.
El retorno a Tierra del Fuego
Pocos años después de ser parte de una de las tragedias más doloras que recuerde la Armada Argentina, Martín Vargas llegó a Río Grande, donde se instaló y formó su familia.
“Por una cuestión laboral se dio la oportunidad de venir a Tierra del Fuego. Mi vivencia en Rio Grande no fue fácil tampoco, cuando llegue en el 86-87 no podía conseguir trabajo porque cuando tenía una entrevista veían en mi documento que era un ex militar, es decir intuían que era un ex veterano. Pero de esto me di cuenta con el tiempo, veía que mucha gente entraba fácilmente a trabajar y yo no tenía esa misma suerte. Luego tuve la suerte de conocer a Berbel y comencé a trabajar en su hotel en construcción -Hotel Atlántida-, pero yo no contaba quien era por temor a quedarme sin trabajo”.
“De la Armada me retire como buzo profesional y para mí era un orgullo”. Transcurrido el tiempo pasó gran parte de sus años trabajando en empresas petroleras con profesión de buzo táctico. En el 2009, participó del rescate de un cargamento de oro hundido en Santa Cruz y en el año 2017 partió junto a la tripulación de la nave petrolera “Skandi Patagonia” para prestar asistencia en las tareas de rescate del submarino ARA San Juan.
La Vigilia y el olvido
En sus voces se oyen las de muchos otros. Hablan de desamparo, discriminación y falta de oportunidades. “Cuando nace el tema de la vigilia yo veía a los muchachos siempre con los tambores, pero no me acercaba por el temor de perder mi trabajo. Veía a mis compañeros y sentía que estaba en falta con ellos; yo tenía que estar al lado de ellos, porque estábamos olvidados. Nos trajeron y entramos por la puerta de atrás, nos largaron a la buena de dios, algunos seguimos estando, pero hubo un porcentaje muy alto que se quitó la vida”.
“Para mí ser veterano de guerra es un orgullo, la vigilia es un momento muy especial porque esa mochila que cargamos se la pasamos a la gente. Por eso el Centro en nuestro cable a tierra, cuando nos sentamos en la mesa nadie cuestiona al otro a donde estuvo porque no es fácil contar esa vivencia, si se da la oportunidad lo charlamos, solo sabemos que somos ex combatientes” concluyó.
Compartinos tu opinión