Somos Rusia. Así nos ven a los argentinos en las islas Malvinas, a las que nadie aquí llama de ese modo. Son las Falkland Islands y siquiera verbalizar la palabra “Malvinas” resulta “altamente ofensivo” en las calles de esta pequeña ciudad que todos conocen por “Stanley”. Llamarla “Puerto Argentino” también es un insulto. Aquí fuimos los invasores y aquí todavía hoy somos vistos como una amenaza latente, el grandulón del barrio que arrastra infinidad de problemas, pero prepotea al más pequeño en cada oportunidad que puede.
Esta es una opinión mayoritaria entre los isleños, aunque no la verbalizan ante la prensa argentina, a la que tratan de manera educada, pero con un límite claro. Prefieren no hablar del tema. O, como máximo, lo harán sólo para reafirmar que el 2 de abril es un día triste para ellos. Cuando fueron atacados y vivieron el inicio de 74 días de pesadilla. Aquí miran otras dos fechas: el 21 de mayo, fecha del desembarco británico, y el 14 de junio, al que llaman “Liberation Day”.
“Estoy encantado de tener la oportunidad de estar aquí durante la conmemoración del cuadragésimo aniversario de un momento decisivo para estas islas”, remarcó el gobernador saliente de las Malvinas, Nigel Phillips, en una entrevista con el canal local Falkland Islands TV (FITV), que se repitió varias veces durante el jueves 24. Pero también él declinó una entrevista con LA NACION.
En todos y cada uno de los correos electrónicos que envía cada funcionario o empleado del gobierno de las islas el mensaje llega con el logo alusivo al 40° aniversario del “Liberation Day” y, en ocasiones, con una frase alusiva: “Estaremos celebrando la ocasión con actividades durante todo el año para conmemorar y celebrar este momento especial. Para más información sobre nuestros planes, por favor visite: https://www.falklands.gov.fk/falklands40th”.
La sensibilidad imperante se traduce en “sugerencias” y “recomendaciones” que reciben todos los visitantes: no invocar la palabra “Malvinas”, no exhibir banderas argentinas -y, de hacerlo, no debe tocar el piso, ni levantarse más arriba de la cintura-, no utilizar íconos (como escuditos o cintas) que aludan a la Argentina, y no usar ropa militar.
Según Federico Lorenz, acaso el historiador argentino que más ahondó sobre las islas, la interacción se encuentra en uno de sus momentos más complicados. En parte, remarcó, “por la política zigzagueante de los gobiernos argentinos que siguieron a la dictadura, en particular, desde 2012″. Para él, “las decisiones adoptadas en Buenos Aires no fueron las correctas”.
A eso se suma, indicó Lorenz a LA NACION, que “los isleños viven de espaldas, pero pendientes de lo que hace la Argentina”. Y añadió: “Esa desconexión lleva al desconocimiento y, de allí, al temor. Recuerdo que hace no tanto tiempo me preguntaron: ‘¿Nos quieren invadir?’”
Ese desconocimiento resulta, hasta cierto punto, deliberado. En la televisión local y los folletos locales sólo aluden a Chile y Uruguay, y omiten a la Argentina. Incluso a la hora de repasar eventos históricos. Si deben consignar a la Argentina, aluden a “Sudamérica”. Salvo que se trate de una crítica. Como cuando, por ejemplo, la prensa indicó que la inflación mensual en la Patagonia era del 3,6%, “el doble de la tasa anual en las Falklands”.
Ese tipo de comparaciones con cierta carga negativa es constante. Así, por ejemplo, en las noticias consignaron semanas atrás que el polo logístico de Ushuaia “competirá con las Falklands y Punta Arenas como puerta de entrada a la Antártida”.
“Relato básico”
En la actualidad, los isleños ponen especial énfasis en el “maltrato” que les propinó la Argentina durante las últimas dos décadas, desde que el kirchnerismo cortó el diálogo, aumentó los controles sobre la explotación petrolera y pesquera y, de acuerdo a los isleños, fomentaron mentiras.
“El período entre 1820 y 1833 es complejo y se ha complicado aún más debido a la tendencia de hilvanar mitos nacionalistas utilizado un relato básico”, planteó la entonces administradora del Museo de las Islas, Leona Roberts, en un folleto que se imprimió hace unos años, pero que todavía se distribuye a los visitantes, en español e inglés. Roberts es, hoy, legisladora en la Asamblea local.
En la misma línea, la Falkland Islands Association envió al hotel donde se hospeda LA NACION en esta ciudad el libro “Hechos y falacias sobre Falklands. Las islas en la historia y el derecho internacional”. Expone la posición británica y brega por la autodeterminación de los isleños y busca refutar los fundamentos de la Argentina a lo largo de 359 páginas. “Con los saludos de los miembros locales de la Asociación”, indicó la misiva adjunta al libro, que envió el tesorero de la entidad, Gerald Cheek, a LA NACION.
Isleño de quinta generación, la puja es personal para Cheek. En 1982, trabajaba en el aeropuerto local y las tropas argentinas lo detuvieron a punta de pistola y lo trasladaron junto a otros prisioneros a la isla Soledad, donde permaneció recluido hasta la rendición argentina. “Es un libro muy serio, que se apoya solo en datos y hechos verificables”, planteó Cheek, de 81 años, a LA NACION, pero prefirió no responder preguntas. Se limitó a insistir en la relevancia del libro, escrito por Graham Pascoe y Peter Pepper. “Allí está todo. Merece su lectura”, insistió.
Bronca creciente
Desde las islas marcan como un punto de inflexión -entre tantos otros- el ascenso del kirchnerismo al poder, que casi de inmediato endureció la posición oficial en relación con Malvinas y reforzó un discurso más nacionalista en relación con la disputa. En la práctica, rompió los acuerdos de cooperación pesquera y prohibió que aviones fletados en dirección a las islas volaran sobe el territorio argentino. Eso complicó las actividades pesqueras y turísticas en las islas, con su consiguiente impacto en el ingreso de divisas.
Otros episodios son, sin embargo, los que recuerdan con especial fastidio los isleños. Entre ellos, cuando en 2010, la entonces presidenta Cristina Fernández de Kirchner afirmó que las tropas británicas habían instalado en las islas unos misiles que representaban una amenaza para la Argentina -con Río Gallegos a 700 kilómetros de distancia- y países vecinos, logrando el apoyo de organismos regionales como la OEA, el Mercosur y la Unasur.
Según los isleños, sin embargo, eran misiles Rapier de corto alcance (6,5 kilómetros) que integraban las defensas antiaéreas que se probaban dos veces al año en ejercicios rutinarios. “Las afirmaciones de Argentina que el Atlántico Sur está siendo militarizado ignoran la reducción progresiva de las fuerzas armadas en las islas desde 1982″, replicaron.
El episodio más reciente que embroncó a los isleños ocurrió hace días, cuando por presión de la Casa Rosada se abortó el vuelo chárter que por razones “humanitarias” partiría de Chile el 19 de marzo, recogería chilenos con documentos vencidos e isleños con problemas médicos, los trasladaría al continente y dos semanas después los devolvería a las islas, sin que terceros –ni turistas, ni prensa- pudiera subirse a esos vuelos.
“¿Qué lazos está generando el Gobierno argentino con algo así?”, planteó Julio Ubeda a LA NACION. Chileno radicado hace años en esta ciudad, trabaja como guía turístico. “Prohibir un vuelo ‘humanitario’ no aporta nada; al contrario, retrocede mucho la situación. ¿Qué beneficio saca la Argentina de algo así más que generar el fastidio de todos?”.
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