El relato lo escribió José Luis Sansone, excombatiente de la guerra de Malvinas, oriundo de Buenos Aires, que durante el conflicto contaba, a mano alzada con un birome azul, todo lo que le iba pasando en un diario.
Desde sus sentimientos, lo que sucedía en el momento, sus malestares de estómago y algunas reflexiones. Inclusive, en las hojas se puede leer: “Hoy mientras hacía el fuego pensaba qué distinto va a ser todo para mí cuando salga de esto”.
Y así lo fue para él y para todos los que estuvieron en el conflicto. La historia que relata José Luis tiene lugar en mayo de 1982. Específicamente el 16 de mayo en la estancia Killik Aike Norte, propiedad de la sucesión de Herbert Felton.
La radio que usaban durante la guerra para detectar cualquier tipo de señal o dato de los movimientos de los ingleses estaba ubicada detrás del acantilado, al fondo de la casa de Feldon, en el antiguo casco de la estancia.
En esa época, recuerda José Luis, había muchos árboles. Esa noche del 16 de mayo, él, un soldado y un cabo estaban a cargo de la radio, que tenía red en Malvinas, Comodoro Rivadavia, Río Gallegos y otros lugares que el excombatiente no logra recordar con exactitud.
Se trataba de una de las radios más grandes que había en el país. Una estaba en Malvinas, otra en Buenos Aires y esta última la tenían en Río Gallegos, en la estancia de Feldon. Funcionaba con un grupo electrógeno sobre un Unimog, un camión mediano de tracción en sus cuatro ruedas.
José Luis y los excombatientes de la compañía estaban permanentemente haciendo apoyo en ese lugar. En esa estancia estaban desplegados el grupo de artillería y todos los tanques.
“Estábamos todos ahí, mimetizados en la estepa sureña”, recordó José Luis en diálogo con La Opinión Austral.En su diario escribía siempre que podía. Contaba que hacía frío, que tenía hambre o sueño, hablaba de sus compañeros y relataba algunas anécdotas. “Fue terrible, porque imaginate lo que era estar ahí con 20 grados bajo cero adentro de un camión”, describió
Durante sus escuchas en la radio captaba de todo. “Se escuchaban voces en inglés, como música psicodélica de la época, alguna canción de los Beatles”, rememoró.
Ellos tenían la instrucción de que cada vez que los interferían, tenían que cambiar de frecuencia. “Teníamos todo un procedimiento, cambiábamos de frecuencia y a los cinco minutos estaban de vuelta”, señaló.
La sensación en el lugar era de alerta constante. “Tengo orden de alerta máximo”, se lee en otro escrito que José Luis trascribió desde su diario a máquina de escribir, cuando finalizó la guerra.“Más allá del susto y lo que significa eso, estar en el medio de la nada y escuchar hablar en inglés hacía que miráramos a los costados a ver de dónde salía el inglés, dónde estaba escondido, psicológicamente es un arma tremenda que te interfieran una radio”, expresó.
Cuando captó la interferencia no le dio mayor importancia de la que tenía, estaban todos muy cansados. Simplemente reportó el dato y no supo más.
30 años después
Hace unos siete años, José Luis tuvo una cena de camaradería, donde estaba el jefe de la compañía de comunicaciones de Malvinas. Recordando algunas anécdotas y demás, el excombatiente contó el episodio de la interferencia, para saber si alguno más la recordaba.
“Él estaba al tanto, lo recordaba perfectamente. Ahí fue que me dijo que esa interferencia salió de un barco que estaba muy próximo a la costa. Gracias a ese dato se le dieron las coordenadas a la Fuerza Aérea y lo hundió”, relató. Es así que, después de casi 30 años, se enteró que esa interferencia tuvo un fin bélico a nuestro favor.
En otro de los fragmentos del diario se lee lo que, para él, significó la guerra: “Le tengo, no sé si miedo, pero si repugnancia y odio, según mis principios”. Durante 2008, José Luis volvió a la estancia, esta vez junto a su familia, y ese odio se transformó en vivencias, en anécdotas y en reflexiones de unas Malvinas que no olvidará jamás
Compartinos tu opinión