Hace dosdías el querido Pepe Mujica capto mi atención y dadas las circunstancias de ese momento pude escucharlo muy atentamente.
Casi sin formar parte de la decisión, me encontré inmerso en una breve reflexión que deseo compartir aunque doy por sentado que, como todo lo que acontece por estos días, ya ha sido pronunciado por algún fulano y de una manera quizás más profunda que estas líneas, sin embargo ese no es un obstáculo para avanzar.
Hombres de la política, como el entrañable ex presidente del Uruguay, afirman habitualmente que los hombres y mujeres que habitamos este planeta nos reconocemos como seres gregarios. Y habitualmente nos nucleamos y relacionamos atrás de un objetivo ideológico exigiendo por tanto a nuestros “compañeros de lucha” que sus conductas sean acordes a esos ideales. Como supo decir Mujica, palabras más palabras menos “Si no vivimos como pensamos un día caeremos en la cuenta que pensamos según como vivimos”.
Ahora, “¿es posible vivir de una manera diferente a la que predicamos?”. Y la respuesta debe ser franca, no tozuda pero si tenaz: “claro que es posible”.
Frente a eso podríamos ser considerados incoherentes o hipócritas, más no infelices. Es más, no por eso vamos a dejar de pertenecer a un grupo o a un movimiento social, político o religioso.
Sin embargo, en la medida que nuestra ideología sea quien guíe nuestras acciones podremos ir encontrando más -o menos- adeptos al movimiento de lucha que propongamos.
A raíz de todo lo antes dicho, mi reflexión gira en torno al hecho de reconocer que “no es solo conducta e ideología política: también es ética”. Pues, no es posible permitirnos idear acciones contrarias al bienestar de nuestros compañeros. Aquellos que confían no sólo en nuestros ideales sino mucho más aún, confían en que nuestras acciones están dirigidas al bien común, que los incluye.
De ahí entiendo que la ética del hombre va necesariamente “de la mano de la política” porque ambas tienen como finalidad lograr la felicidad, el bienestar, individual la primera y social la segunda.
Debemos dejar de pensar (solo) como esclavos de nuestras ideologías o (solo) como presos de nuestros comportamientos del pasado. Debemos dar espacio al avanzar hacia la conformación de espacios de lucha en los que la ética del líder sea el ejemplo a seguir, la estrella guía. De lo contrario, nuestras acciones o nuestras ideologías más temprano que tarde nos conducirán al fracaso, es decir hacia la infelicidad.
El individualismo marcado en el consumismo material;
la envidia frente al progreso de nuestro vecino, amigo o desconocido;
la intolerancia frente a la libertad de quien piensa diferente;
la ausencia de compromiso en la búsqueda de paz, que tanto obstruye los consensos;
la no resistencia ante todo el sistema que nos carga la mochila con innecesarios menesteres;
y más, indudablemente conspiran -imperceptiblemente para nuestros sentidos- en contra de la felicidad individual (fin último de la ética) y la felicidad de toda la sociedad (fin último de la política).
Mirarnos hacia dentro, bregar por la paz, la generosidad, y la constante búsqueda de consensos nos hará sin dudas: hombres libres.
Seamos respetuosos de las distintas ideologías, pues la tolerancia supone diferencias.
Así, entenderemos que la felicidad, ética o política, no es más que una “estrella guía”, que quizás nunca podremos alcanzar plenamente, pues no es nuestro objetivo, sino solo una compañera de ruta.
Si compartimos estas humildes líneas y aceptamos las directrices que nos dan la política y la ética tal vez podamos conseguir mayor justicia social.
El anhelo de una sociedad más equitativa, más justa no es solo una cuestión de ideología y conducta o militancia política: “También es una cuestión ética”.
Y no podemos hacernos los desentendidos.
Gaston Alejandro Díaz
“Un obrero que lee”
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