De una pequeña población rural, Fortín Lavalle, al norte de la provincia del Chaco, a una aún más pequeña en la Antártida, Fabián Juárez llevó su vocación docente a dos extremos de la geografía nacional.
Es maestro desde los 17 años, cuando –todavía estudiante– pudo tomar un cargo en su provincia por la ausencia de profesionales. Casado con Mary (también docente) desde muy joven y con un hijo de dos años, Kevin, en 1995 decidió probar suerte en Ushuaia, que se encontraba en pleno boom industrial.
Comenzar una nueva vida en el fin del mundo
“Cumplíamos los requisitos: éramos una pareja de docentes que vivíamos y ejercíamos nuestra profesión en el ámbito de la provincia de Tierra del Fuego, Antártida e Islas del Atlántico Sur. Pero, a la hora de tomar la decisión, pensamos que nuestra hija Aixa, de apenas dos años, era demasiado chica y decidimos esperar”, cuenta Fabián, diplomado en Derecho, Gestión y Logística Antártica Ambiental.
-En esa época, no había mucha información sobre la Antártida, así que para nosotros era todo nuevo. A las familias, las habíamos conocido en el marco del programa antártico, en Ushuaia, antes de viajar, pero debimos acostumbrarnos a vivir en una comunidad con características particulares, donde se respetan el rango y las jerarquías. Lo cierto es que a nosotros, que somos muy sociables y estamos acostumbrados a compartir con grupos de distintos estratos sociales y ámbitos laborales, no nos costó adaptarnos.
Plurigrado: el sistema educativo que rige en la Antártida
- Aunque varía cada año, suelen ser alrededor de 10 en educación inicial y primaria, a los que se suman, en algunas actividades, los chicos de secundaria.
-¿Fue difícil habituarse a dar clases a alumnos de distintos niveles en una misma aula?
-En realidad, nosotros teníamos experiencia en este tipo de organización, porque habíamos trabajado en escuelas rurales de El Impenetrable que también eran plurigrado. Al ser grupos pequeños, la enseñanza es casi personalizada y se genera un aprendizaje colaborativo que es beneficioso para todos. Los que debieron adaptarse a trabajar de ese modo fueron los chicos, y lo hicieron muy bien. Nosotros orientamos y ellos van construyendo su propia enseñanza.
-¿Cómo se organizaban?
-Teníamos dos grupos. Uno de primero a tercer grado, y el otro, de cuarto a sexto. Yo daba Prácticas del Lenguaje y Sociales; y Mary, Ciencias Naturales y Matemática. Por la tarde, todos juntos (jardín, primaria y secundaria) teníamos las áreas específicas, como Educación Física, Música y Tecnología.
-¿Fueron buenos los resultados pedagógicos?
-La verdad es que, a fin de año, todos los alumnos superaban los objetivos. Pienso que también sumaba el hecho de que nunca suspendíamos las actividades. En el año 2004, si no recuerdo mal, solo suspendimos las clases tres días porque los temporales no nos permitían salir. En una de las campañas, tuvimos más de 190 días de clase.
Por otra parte, y más allá de los contenidos curriculares, como docentes intentamos que los chicos entendieran y valoraran el lugar en el que estaban. Y que supieran que estaban representando a miles de niños que nunca podrían conocer la Antártida y que eso conllevaba la responsabilidad de transmitir su experiencia y estar siempre dispuestos a responder las preguntas que les hicieran.
El impacto de las innovaciones tecnológicas en la enseñanza antártica
-Cuando fuimos en 2004, no había televisión ni telefonía celular. Recuerdo que teníamos un teléfono fijo y podíamos hablar cerca de media hora, porque se cortaba. Para comunicarnos, usábamos Messenger de Hotmail. En agosto de ese año, se habilitó la antena de DirecTV con algunos canales de televisión. Cuando volvimos en 2010, ya había telefonía celular, y en 2013 estaba conectada la antena Arsat, que proporcionó una mejor conectividad a internet.
-Sí, porque la conexión con el afuera era mucho más amplia y nos permitía conectarnos con otras instituciones a través de videollamadas. Esto, en algún momento, pasó a ser problemático, porque responder a la demanda implicaba perder muchas horas de clases, pero lo solucionamos determinando días y horarios para las comunicaciones. Como novedad, puedo contar que, en 2023, se instaló un equipamiento de última generación: computadoras, impresoras 3D, kit de robótica, pantallas táctiles, etc., que facilita mucho la enseñanza.
-¿Qué rol cumple la escuela en una comunidad tan chica y aislada?
-Es el centro generador de actividad, donde participa toda la dotación. Nosotros siempre tuvimos la libertad de trabajar como quisiéramos e integramos a la comunidad en cada evento. Aprendimos muchísimo de las familias, del personal que invernaba y de nuestros alumnos. Recuerdo que todos resaltan lo bueno de poder compartir la vida: el desayuno, el ingreso a la escuela, los actos escolares, los almuerzos, algo que no hacemos en la vida común.
Los desafíos de la vida bajo cero y en comunidad
-Es vivir en un lugar distinto que se parece a un pequeño barrio donde hay 13 casas y otras instalaciones donde funciona la enfermería, la escuela, la capilla, el taller automotor, entre otros. En ese espacio, compartís el día a día con gran parte de la gente, por lo que es clave ser cordial y no olvidar que estamos allí porque lo elegimos. No es sencillo, pero la realidad es que en la Antártida se forjan las mejores amistades que, aunque al volver la gente se distribuya por todo el país, perduran para siempre.
-¿Qué es lo más importante?
-Yo siempre digo que la Antártida es como el noviazgo: al principio es todo muy lindo, pero, con el paso de los meses, se perciben cosas que no nos gustan tanto, tiempo después aparecen los defectos, pero cuando se acerca la fecha del regreso uno se olvida de todo lo pasado.
Lo más importante es la convivencia, saber escuchar y hacer silencios, observar, compartir a diario, respetar al otro tal cual es. Si tuviera que destacar algo en particular, es haber estado en un lugar al que muy pocos pueden acceder. Y, en nuestro caso, si tenemos en cuenta que venimos de Chaco y pudimos ir en tres ocasiones a la Antártida como docentes, es maravilloso. Terminé mi carrera como director de escuela, pero mi mayor diploma, logro y satisfacción es ser maestro antártico.
-¿Fue positiva la experiencia para la familia Juárez?
-Totalmente. Fue enriquecedor como pareja y como familia. Nos permitió compartir todos los momentos juntos, algo que nunca habíamos experimentado. Nuestros hijos hasta el día de hoy hablan de cuánto les gustaría volver.
-¿Algo más?
-Sí, me gustaría destacar a los chicos, porque siempre se habla del sacrificio de la familia y se los deja en segundo plano, cuando en realidad son los grandes protagonistas. Admiro el sentido de patriotismo y compromiso que tiene la gente que va a trabajar a la Antártida y, en especial, quienes van solos, sin la familia. Es una vida sacrificada, en la que todos dependemos de todos. Cada uno es un eslabón de una gran cadena que no se puede cortar y es tan importante el cocinero como el maestro, el alumno o el médico. Estoy convencido de que quien va a la Antártida queda marcado en la piel para siempre, no a fuego, sino a hielo.
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