
Los castores, originarios de Norteamérica, llegaron a Tierra del Fuego en 1946 como parte de un plan para fomentar la industria peletera. Lo que comenzó con la introducción de apenas 20 ejemplares, hoy se ha convertido en una problemática ambiental y económica significativa, con una población estimada entre 100.000 y 150.000 individuos en la región más austral de Argentina y Chile.
Un hábitat sin depredadores naturales
La Isla Grande de Tierra del Fuego ofreció condiciones ideales para la proliferación de los castores:
- Falta de depredadores: Sin osos, lobos ni águilas, los castores se encontraron libres de amenazas.
- Ecosistema vulnerable: El aislamiento de la isla y su baja biodiversidad limitan la capacidad del ecosistema para controlar la especie.
- Abundancia de recursos: Los bosques nativos proveen madera suficiente para la construcción de represas y madrigueras.
Impacto ambiental y económico
Los castores han causado daños considerables a los bosques y ecosistemas de Tierra del Fuego:
- Bosques ribereños y turberas: Los árboles dañados, algunos de los cuales tardan hasta 200 años en regenerarse, y la destrucción de turberas afectan la capacidad de la región para retener dióxido de carbono.
- Cuencas hídricas: Las represas alteran el flujo natural de los ríos y provocan la erosión del suelo.
- Costos económicos: Las pérdidas directas por los daños ocasionados por los castores se estiman entre 66 y 73 millones de dólares anuales.
Un desafío binacional
Argentina y Chile han implementado planes de erradicación para controlar la plaga, pero los avances han sido lentos. Mientras tanto, los castores continúan expandiéndose desde la Isla Grande hacia otros territorios insulares y partes del continente, aumentando el alcance del problema.
La erradicación de esta especie invasora es crucial para proteger los bosques y ecosistemas patagónicos, aunque las soluciones a largo plazo requieren esfuerzos sostenidos y colaboración internacional.
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