Entrar a lo que alguna vez fue la cárcel más inhóspita de Argentina genera, cuanto menos, escalofríos. Su estructura conserva intactas algunas celdas, lo que permite imaginar cómo era la vida de los reclusos y presos políticos que fueron a parar a la cárcel más austral del Mundo.
Actualmente, el antiguo presidio se conserva como Museo y es una visita obligada para quienes viajen a la ciudad de Ushuaia, en Tierra del Fuego. El Museo Marítimo y del Presidio está a pocas cuadras del centro de la ciudad y abre todos los días, de 10 a 20 horas.
LA HISTORIA DEL PRESIDIO
En enero del año 1896, un primer grupo de 14 penados llegó a Ushuaia a bordo del buque “1° de Mayo”. Así comenzó la Cárcel de Reincidentes, que se estableció temporalmente en casas de madera y chapa.
En 1911, el Presidente de la Nación firmó un decreto que fusionó el Presidio Militar con la Cárcel de Reincidentes de Ushuaia.
LOS MISMOS PRESOS, ENCARGADOS DE LA CONSTRUCCIÓN DEL PENAL
Los presos que llegaban a Ushuaia se topaban no sólo con un clima desolador, sino con la obligación de trabajar en la construcción del propio penal en el que vivirían. Con la expresa intención de “poblar la región para asegurar la soberanía”, las autoridades decidieron construir el penal de Ushuaia. En 1902, se inició la construcción del “Presidio Nacional”. El sitio elegido fue el mismo lugar donde se encontraban las construcciones temporales, al este de la pequeña ciudad de Ushuaia, que en ese momento tenía alrededor de 40 casas. La construcción de la cárcel continuó hasta 1920.
Con el tiempo, esta cárcel recibió delincuentes autores de delitos graves, muchos de ellos condenados a cadena perpetua o largas penas. El régimen se basaba en el trabajo remunerado, educación primaria y una disciplina estricta. El penal contaba con 30 sectores de trabajo, algunos de los cuales estaban fuera del edificio.
Cuando llegaban a la cárcel, los presos eran sometidos a un baño y también se los afeitaba. Sólo se permitía que los condenados por delitos leves llevaran bigote. Luego, les entregaban las únicas pertenencias que tendrían durante su encierro: un traje a rayas negras y amarillas para trabajar, un traje para días festivos, un colchón con 10 kilos de lana lavada, cubiertos, cuatro sábanas, dos calzoncillos, útiles escolares y un metro.
Una vez instalados, comenzaba el trabajo. Lo primero que se hizo fue poner en funcionamiento una cantera propia, desde la cual se llevaba la piedra a la obra mediante un pequeño tren que corría sobre rieles de madera.
UNA CÁRCEL NECESARIA PARA LOS POBLADORES
Los talleres instalados satisfacían las necesidades de la cárcel y también brindaban servicios a toda la ciudad de Ushuaia. Incluían la primera imprenta, teléfono, electricidad y bomberos, entre otros.Fuera de la cárcel, los penados se emplearon en trabajos como la construcción de calles, puentes, edificios y la explotación forestal.
De esta manera, con la ayuda de los reclusos, se estableció el ferrocarril más austral del mundo en 1910. Llegó a tener una extensión de 25 kilómetros y recorría la calle Maipú, pasando por el campamento Monte Susana y dividiéndose en dos ramales que se dirigían hacia lo que hoy es el Parque Nacional.
El tren era una parte fundamental de la vida en la cárcel. Actualmente, los turistas pueden visitar el llamado Tren del Fin del Mundo, que recorre el último tramo que realizaban los presos en sus arduas tareas.
Cada mañana, los reclusos partían hacia el Monte Susana, donde cortaban leña para la calefacción de la prisión y para realizar obras públicas. Estaban obligados a mantener el muelle de la ciudad, construir calles y la red de agua potable. También tenían la tarea de entretener al pueblo: la banda de música de la cárcel, compuesta por presos como “El Petiso Orejudo”, un asesino serial que tocaba el bombo, desfilaba por Ushuaia todos los fines de semana. Hacia 1919, este era el único entretenimiento para los 500 habitantes de la ciudad y los 550 detenidos.
LOS CASTIGOS MÁS CRUENTOS
La mayoría de los presos suplicaba que se les asignara una tarea. Cualquier cosa era mejor que quedarse encerrado en las celdas, padeciendo el frío y el aburrimiento. De hecho, uno de los castigos que se aplicaban era la prohibición de trabajar. Los penados pasaban todo el día encerrados en sus celdas, con una dieta de pan y agua, y las ventanas tapadas. A menudo los mojaban y los dejaban encerrados en la oscuridad. También los obligaban a desfilar a medianoche entre dos filas de guardias armados con porras y palos, un recorrido del que sólo se podía salir muerto o inconsciente.En la década del 30, los habitantes de Ushuaia veían pasar un ataúd una o dos veces por semana camino al cementerio. El 54 % de los presos estaba enfermo. Pasar un par de años en el penal hacía que los rostros de los presos parecieran envejecidos décadas. Esta fue la década del terror, dominada por un alcaide de apellido Faggioli, que solo llegó a su fin cuando llegaron los primeros presos políticos y denunciaron lo que ocurría. “Aquí, si no se usa la violencia, no es posible mantener la disciplina. Así mueren más rápido. ¡Para lo poco que valen!”, justificaba el jefe de la cárcel.
UNA CÁRCEL DE LA QUE ERA DIFÍCIL ESCAPAR
La fuga era algo prácticamente imposible. Los bosques y montañas impenetrables, el mar helado y el intenso frío transformaban en utopía cualquier intento de huida. Si un preso intentaba escapar, sabía que lo máximo que podría lograr era pasar unos días en libertad.En 1947, cuando el Territorio Nacional se convirtió en una Gobernación Marítima, la Presidencia de la Nación, bajo el mandato de Juan Domingo Perón, ordenó el cierre de la cárcel por “razones humanitarias”. Las instalaciones fueron transferidas al Ministerio de Marina y en 1950 se estableció allí la Base Naval. Lo que queda es una dura historia y el recuerdo vivo, en cada uno de los pasillos del hoy Museo, de lo que fue una de las cárceles más cruentas del siglo pasado.
*Esta nota se realizó tras una visita especial al Museo Marítimo y del Presidio de Ushuaia y con la información recabada del archivo histórico de la institución.
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