“Poder almorzar con mi perrita a la orilla de la ruta 40 es ser afortunado. Hay cosas que el dinero no puede comprar”, dijo Jorge en el video filmado en Mendoza hace dos semanas y le llovieron los pulgares para arriba. La imagen: Lola come su alimento balanceado y él un guisito glorioso preparado en una pequeña cocina que diseñó, sentado en su silla plegable azul entre las piedras y las matas, con la bicicleta y las alforjas a su izquierda y una montaña detrás.
Nada más que eso y todo eso, la inmensa sensación de libertad en un viaje para recorrer la Argentina sobre ruedas, el sueño de tantos. Él se animó, pero para eso hay que ponerle el pecho al frío, al calor, la nieve, la lluvia. “Y hay que pedalear, hermano, hay que pedalear”, dice en una videollamada a través de WhatsApp en un alto al service que le hace a su bici rodado 29 de 24 velocidades antes de volver al camino.
Hay que pedalear para mover una carga de 208 kilos que incluye su propio peso a una velocidad crucero de entre 12 y 15 km/h en las rectas asfaltadas. Puede ser menos en una trepada o un zigzag, pero puede llegar a 25 km/h a puro salto, volantazo y freno en una bajada extrema. En promedio, avanza unos 100 km por jornada.
Con 56 años, cuatro hijos y tres nietos, Jorge fue campeón argentino y medallista panamericano de Taekwondo y después como personal trainer entrenó entre otros a Mauro Viale y su hijo Jony. Se embarcó en esta aventura sobre ruedas el 2 de enero.
“Ya me voy, Pachi”, le dijo a su mujer y partió hacia el norte desde el barrio de Congreso en Buenos Aires. Enfiló la bici hacia San Antonio de Areco por la ruta 7 y ya no detuvo la marcha: a esta altura lleva unos 8.000 km a puro pedal. Eso sí, va sin apuro. Y se dio el gustazo de pasar por Weisburd, su pueblo natal en Santiago del Estero. “Ya no compito. Voy disfrutando del viaje. Y donde me invitan paro”, cuenta.
Dos meses después estaba en Salta, hasta donde viajó Pachi para el reencuentro. Jorge tenía miedo de que no le aceptara a Lola porque no está acostumbrada a vivir con perros, pero fue amor a primera vista. La pareja comparte la pasión por los viajes y las dos ruedas y publican sus aventuras en Memorias de bicicleta, como los encontrás en las redes.Después de un par de semanas juntos, ella regresó a su trabajo en la capital y a comienzos de abril él empezó la aventura de unir La Quiaca con Ushuaia en bici por la ruta 40.
En lo más alto
Suele pasar que los inviten a dormir. Y sino, arma la carpa en alguno de esos paraísos solitarios alrededor de las seis de la tarde si apreta el frío, aunque nunca como esos 15°C bajo cero en ese ícono salteño llamado Abra del Acay, a 4895 metros, el segundo camino más alto del mundo después de los del Himalaya.
“¿Vas a dormir acá? No podés, te vas a congelar”, le advertían los viajeros que cruzaba. “Nunca pasé tanto frío. Pero la felicidad de haber logrado estar ahí en bicicleta era enorme”, recuerda.
A la mañana siguiente tuvo la mejor recompensa: paró en lo de doña Flavia, las llamas se acercaron a saludarlo y la anfitriona le convidó tortillas y mate cocido. Además de con la panza llena y el corazón contento, se fue con el recuerdo de esos maravillosos paisajes que le quedaron grabados, aunque en la bajada hasta La Poma dejó dos de sus calzados agujereados en la suela. “Iba frenando a la antigua”, se ríe.
El camino le dejó postales imborrables a medida que bajaba por la 40. El norte y la belleza agreste, los colores de los campos de morrones en Jujuy que viran del bordó al verde según cómo les pegue el sol, pedalear con ese precipicio salteño al costado, hacer un tramo de la ruta por un río, ese almuerzo inolvidable en La Quebrada de Las Flechas. Las vicuñas, el silencio y el viento.
"Te emocionás, vas con un nudo en la garganta", cuenta. Esa maravilla llamada Catamarca con sus paisajes tan espectaculares como poco conocidos. La Cuesta del Miranda en La Rioja por la parte vieja como le recomendaron. "Es una cosa para sacarse el sombrero hermano", dice. El Cañón del Atuel en Mendoza y tantos otros lugares aquí y allá.
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