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Malvinas

El reencuentro del soldado de Malvinas con la mujer que donó la bufanda azul que le dio abrigo en la guerra

-Permiso señor brigadier. Soldado clase 63 Courtade Miguel Angel solicita autorización para entregar este sobre.

Mayo de 1982, guerra de Malvinas. Miguel Angel, de 19 años, soldado del grupo Vigilancia y Control Aéreo, obedece la orden de llevar un sobre cerrado al centro de operaciones de la Fuerza Aérea Argentina en las islas. Todavía recuerda intacto el apellido del militar que le abrió la puerta de la oficina: Castillano. Se sintió aliviado, percibió que le había caído bien.

“No me equivoqué: al despedirme me entregó una caja bastante grande. ‘Para usted y sus compañeros, soldado’, me dijo. Llegué a mi base, la abrí y fue una alegría: había alimentos no perecederos, guantes y medias de lana, un pulóver, un pasamontaña y una bufanda azul, además de un chocolate. El remitente decía ‘Mujeres Mendocinas’. Todo fue perfectamente repartido y yo me quedé con la bufanda, que usé desde el momento en que la recibí hasta finalizada la guerra”, repasa aquel soldado, hoy de 60 años, en un conmovedor diálogo con Infobae desde su hogar de Baradero. Y agrega: “En mi vida civil, abrigó del frío a mis dos primeros hijos cuando iban al jardín y luego la guardé como un tesoro hasta el 25 de julio de 2015, cuando durante el acto por los 400 años de mi ciudad pasó a ser exhibida en la sala Malvinas Argentinas del museo local”.

La bufanda se encuentra hoy detrás de una vitrina junto a un cartel que reza: “Gracias, Mujeres Mendocinas”, punto inicial de esta historia.

La bufanda en el Museo de Malvinas

Pero ¿Quiénes eran esas mujeres? Miguel nunca lo supo hasta hoy. Fue una agrupación sin fines políticos fundada el 3 de abril de 1982 por una reconocida escritora e investigadora mendocina, Julieta Gargiulo. Llegó a tener en su lista nada menos que 500 voluntarias que, en tiempos de dolor y muerte, pusieron manos a la obra realizando talleres para fabricar apósitos y luego enviando elementos sanitarios a los hospitales, además de víveres y ropa de abrigo para los soldados. Su misión se prolongó en la posguerra.

Hacía años que Miguel observaba el cartel una y otra vez: “Gracias, Mujeres Mendocinas”, deseando encontrar la punta del ovillo, ese grupo maravilloso que envió aquella caja a las islas. “Una caja que seguramente fue de las pocas que llegó a destino y que supimos valorar. Deseaba decirle una y mil veces ‘gracias’ y entregar nuevamente esa bufanda para que esté en el lugar donde nació”, señala.

Después de mucho indagar y de pedir ayuda –no es muy amigo de la tecnología—llegó a sus manos el contacto de Julieta. La emoción no le permitió esperar. La llamó enseguida. Del otro lado del teléfono, una voz sorprendida, emocionada. Poco después, una videollamada permitió verse las caras. Miguel le dio una sorpresa: fue hasta el museo y pidió que sacaran la bufanda de la vitrina. Se la colocó en el cuello mientras Julieta lo observaba desde Mendoza emocionada.

“Haberla encontrado es todo lo que pretendía. Cumplí lo que tanto deseaba, qué más puedo pedir”, alcanzó a decirle él, vía telefónica. Y agregó: “Sé que fue usted quien promovió aquel gesto y quiero decirle que su caja llegó a destino. Gracias, Julieta. Merecía saber que todos mis compañeros se quedaron con algo: un par de guantes; unas medias de lana, un pullóver… y yo la bufanda”.

Miguel Angel y sus compañeros en una foto en las islas Malvinas durante la guerra de 1982

Conmovida hasta las lágrimas en su oficina de Luján de Cuyo, Mendoza, donde aún hoy trabaja, Julieta atinó a reflexionar: “El famoso hilo rojo del destino de los orientales nuevamente se hace presente en mi vida. Estoy profundamente emocionada”.

“Cuando la reciba, conservaré esa bufanda como si fuera una bandera”, anticipa a Infobae, para agregar: “Esto es un grito de esperanza, una circunstancia mágica que me toca vivir inesperadamente”. Y cierra: “En nombre de todas las mujeres mendocinas anónimas agradezco emocionada el testimonio de nuestro querido amigo Miguel Angel”.

“En aquellos tiempos trabajamos codo a coco para acompañar a estos soldados que luchaban en el sur. Lo que ha sucedido es simbólico y muestra cómo una Patria puede estar unida en momentos tan dramáticos y dolorosos como los que hemos vivido y, especialmente, ustedes protagonistas. Todo mi respeto y afecto por lo que es y por lo que hizo”, evoca.

Julieta y Miguel proyectan encontrarse para que la entrega se haga finalmente efectiva. “Será para mí un trofeo muy importante que sintetizará el trabajo que realizamos junto a un equipo. Saber que la tuvo en plena guerra y que no se la quitaron cuando lo tomaron prisionero me reconforta. Su historia me interesa mucho. La bufanda hoy nos une en una vocación de Patria que no se extingue”, reflexiona.

Conmovida hasta las lágrimas en su oficina de Luján de Cuyo, Mendoza, donde aún hoy trabaja, Julieta atinó a reflexionar: “El famoso hilo rojo del destino de los orientales nuevamente se hace presente en mi vida. Estoy profundamente emocionada”

-Miguel ¿Cómo se decidió a buscar a la fundadora de Mujeres Mendocinas?

-Tiempo atrás recuperé una carta que le envié a mis tíos, cuyo hijo, mi primo, también estaba en Malvinas. Fue gracias a un historiador de Santa Fe. Pensé que si aquella carta (que se subastó en el Reino Unido y fue adquirida por la Embajada Argentina) volvió finalmente a su remitente, por qué no podía suceder lo mismo con la bufanda. La carta está junto a la bufanda en el museo de Baradero. Mis tíos murieron, incluso mi primo también partió muy joven. En esas líneas, escritas el 30 de mayo de 1982, les contaba que estábamos bien. También algunas mentiras piadosas. Pero nunca llegó a destino.

-¿Su primo fue a la guerra con usted?

-Sí, aunque no estábamos en el mismo grupo. A mí me asignaron la vigilancia del radar de la Fuerza Aérea en Puerto Argentino. Me acuerdo que un día lo vi acercarse a lo lejos y nos abrazamos. Me pidió algo para comer y le di las únicas ocho galletitas “Criollitas” que tenía en el bolsillo.

-¿Cómo se rearmó después de la guerra?

- Cuando cesaron las hostilidades caí unos días prisionero hasta que me embarcaron en un buque argentino. Me dieron la orden de tirar toda la ropa al mar, pero no lo hice. Al llegar, seguí haciendo el servicio militar, que había iniciado el 6 de enero del 82, y recién me dieron de baja el 1 de noviembre. Como “premio” me entregaron un machete y tuve que salir a cortar 30 hectáreas de cardos en el campo.

-¿Qué reflexión puede hacer hoy?

--Como todo joven fui a la guerra con cierta ilusión. No lo tomé como una obligación porque estaba haciendo el servicio militar. Ni siquiera me habían dicho que había una guerra. Simplemente, que se necesitaban 12 voluntarios para ir a Malvinas y volver a los 15 días. Mis superiores creo que tampoco sabían lo que se avecinaba. No tomé dimensión de las consecuencias, no había nada previsto, no había logística. Cuando uno lee la historia se da cuenta de la importancia de una adecuada preparación, una protección al soldado. No se tuvo en cuenta nada de eso, sumado a que, ya rodeados, los soldados nos quedamos sin nada, con 15 grados bajo cero, sin provisiones ni alimentos. Imposible ganar.

-¿Entonces?

--Fue un desastre. Tampoco sé si hubiesen podido recuperar ya que se habían sumado otros países y nosotros ni siquiera teníamos suficiente armamento. En la carta que les envié a mis tíos les explico que la situación era difícil ¡Y aún no nos habían atacado! Lo que pasó después fue un desastre, insisto, bombas que caían cerca, incertidumbre, desconocimiento…

"Tiempo atrás recuperé una carta que le envié a mis tíos, cuyo hijo, mi primo, también estaba en Malvinas. Fue gracias a un historiador de Santa Fe", relató Miguel Angel

-¿Qué recuerdos tiene grabados en su memoria?

- Muchos, pero uno en particular. Antes de que llegase el enemigo ya los soldados teníamos hambre y frío. Una vez ingresé con un enfermero a la carpa de sanidad del Regimiento 3 y la sorpresa fue que los soldados, insisto, antes de que comenzara el conflicto, ya estaban tirados en el piso. El enfermero preguntó qué pasaba y era que estaban deshidratados, desnutridos. Así, nunca se iba a ganar. Mi primo, que era asistente de un capitán, me pidió de comer. Yo no entendía nada. Me dijo que hasta el capitán tenía hambre. Repito, todo esto antes de que llegaran los ingleses.

-¿Pudo armar su familia, trabajar…?

- Sí, claro. Estuve 34 años casado y me divorcié hace tres. Soy padre de cuatro varones, todos profesionales. Trabajé toda mi vida en el Servicio Penitenciario.

Desde Mendoza: víveres, vendas e insumos al frente de batalla

Fue exactamente el día después del histórico 2 de abril de 1982 horas después de que las tropas argentinas recuperaran las Islas Malvinas, cuando Julieta Gargiulo supo que tenía que hacer algo por la Patria.

Fundó, así, “Mujeres Mendocinas”, que trabajó arduamente durante la guerra y la posguerra organizando charlas y conferencias sobre los derechos argentinos. También se ocuparon de recibir a los excombatientes mendocinos.

Muchas de estas mujeres ya no están, aunque Julieta las reivindica cada vez que surge el tema Malvinas.

Cuenta que el grupo se armó en base a una gran solidaridad humana y sin estructura económica. Así, los empresarios comenzaron a sumarse y, ellas, a recibir aportes de todo tipo.

La agrupación carecía de distinción de edad, condición social y diferencias políticas o religiosas. “El fin era acompañar con amor y trabajo a nuestros hombres que luchaban en el sur”, recuerda.

La confección de vendas, apósitos y material de hospital comenzó en un taller que funcionó en la propia vivienda de una de ellas.

“Inesperadamente llegó el 14 de junio con toda su carga de dolor, rabia y apatía. De todos modos, continuamos nuestra misión, la de mantener en alto la moral ciudadana. Hoy, con esta gratitud puesta de manifiesto por un soldado, siento que nuestra labor fue cumplida con creces”, concluye.

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