Nació en Mercedes pero Mar del Plata lo adoptó, como también lo adoptaron cientos de familias que, a partir de su militancia, tienen dónde llorar a sus seres queridos caídos en la Guerra de Malvinas. Se trata del excombatiente Julio Aro, uno de los fundadores de la “Fundación No Me Olvides” e impulsor de la identificación de soldados sepultados en el Cementerio de Darwin, bajo placas de “Soldado Argentino solo conocido por Dios”.
Aunque él mismo siempre busque poner de relieve el rol del colectivo, ya sea de la fundación o, sobre todo, de las madres y familiares de los excombatientes, es innegable la centralidad de la figura de Aro -como también las del coronel británico Geoffrey Cardozo y la periodista Gabriela Cociffi- en todo ese camino realizado desde 2017 con el proyecto humanitario aunque, sin dudas, se trata de una experiencia que empezó -y lo marcó- mucho antes.
A la espera de la tercera etapa del proyecto (PPH 3) y cuando todavía resta darle identidad a cinco excombatientes, el perfil y el recorrido de uno de los protagonistas.
DE MERCEDES A MALVINAS
El camino de Julio Aro empieza lejos de Malvinas, y de Mar del Plata: comienza en Mercedes, en el norte de la Provincia, donde nació un 7 de septiembre de 1961. Allí donde todavía era Julio, un joven de 19 años de una familia humilde, que andaba en bicicleta, que estudió electromecánica en el ex Colegio Industrial de esa ciudad: un Julio que nunca había viajado en avión y, mucho menos, empuñado un arma.
“Yo era un chico común y corriente, como todos. Tenía una ilusión de poder jugar al fútbol, al básquet, tenía proyectos distintos. Lo que nunca me imaginé es que iban a quedar truncos por haber sido llamado al conflicto de Malvinas”, recuerda Aro en diálogo con Qué digital.
Como a tantos otros, el primer escollo para cumplir esos proyectos personales sería el servicio militar obligatorio: el segundo, sin embargo, sería ir a la Guerra de Malvinas tras el desembarco impulsado por el gobierno de facto de Leopoldo Fortunato Galtieri, el 2 de abril de 1982.
“El servicio militar lo hice en el Regimiento 6 de Infantería del Ejército en Mercedes y durante 8 meses. Ahí tenías la primera, segunda y tercer baja. En el medio, entre la primera y la segunda hubo una baja especial en diciembre para los que tenían que trabajar para ayudar a su familia, y yo estaba dentro de ese grupo. Me abracé con un amigo en la puerta a la salida y nos dijimos: no volvemos nunca más acá. Pero no lo pudimos cumplir porque después del 2 de abril fuimos nuevamente convocados”, reconstruye.
Desde el día del desembarco, en el Regimiento ya había movimientos y Julio no tardaría en presentarse en ese lugar: cada hora que pasaba, estaba más cerca de las islas. “Creíamos que nunca íbamos a ir a Malvinas. El 4 ya estábamos en el Regimiento. Nos vistieron, nos dieron los bolsones y las armas y nos contaron que no iba a pasar nada, que nosotros estábamos para cuidar el cuartel, que de ahí no nos íbamos a mover. Pero el 12 de abril llegaron los camiones, nos tuvimos que subir para ir a Campo de Mayo, y a los diez minutos de que nos digan que de ahí no nos movíamos, nos hicieron tomar un avión sin asientos rumbo a Río Gallegos. Aterrizamos, otra vez nos dijeron que no nos movíamos hasta que nos hicieron tomar otro avión rumbo a Malvinas. Mi llegada a las islas fue el 13 de abril“, relata.
DE MALVINAS A MERCEDES
Hasta entonces, sobre las islas, Julio sabía poco más que su ubicación geográfica y que “son nuestras”: tanto para él como para sus compañeros “era todo nuevo”, aunque lo más extraño de todo iba a ser participar de una guerra. El Regimiento 6 -recuerda- estuvo en Monte London, en Dos Hermanas y en Puerto Argentino. Aro, puntualmente, hizo base en Puerto Argentino: “Casi todo el conflicto bélico lo pasé en esa zona. Fue difícil. Cada uno hizo lo que pudo desde lo que le tocó. Cada vez que pasaba un día, pensaba ‘uh, cuando cuente esto no me lo van a poder creer’, pero después lo que vivías al día siguiente lo superaba. Desde la comida, el agua, el no bañarte, hasta poner tu vida en las manos de un compañero, y por eso hay una amistad muy linda con muchos de nuestros compañeros”.
Sin embargo, no todos sus compañeros volvieron de las islas. Entre los once integrantes del Regimiento que quedaron allá, incluso, algunos permanecían sin identificar y recién pudo establecerse en 2017 -a partir del PPH1 impulsado por No Me Olvides- bajo qué placas de “Soldado Argentino…” estaban sepultados en Darwin Horacio Echave, Luis Bordón, Horacio Balvidares y Juan Horisberger.
De sus compañeros de Regimiento enterrados en Darwin había dos identificados, porque el propio Aro los sepultó: Néstor Ochoa y Antonio Aguilar. “La última bomba cayó el 14 de junio. Nosotros habíamos recibido una orden por radio para salir de nuestro pozo. A cinco metros estaba el pozo de los suboficiales Aguilar y Ochoa, que también recibieron la misma orden. El destino quiso que nosotros tardáramos 30 segundos más que ellos en salir, y cuando estábamos a punto de subir, esa bomba los mató. A nosotros nos tiró la onda expansiva para atrás y perdimos la noción del tiempo, nos quedamos en el pozo no sé cuánto tiempo, hasta que vino otro compañero que levantó la tapa, nos insistió para que nos replegáramos y saliéramos”, cuenta sobre la última y traumática experiencia en el conflicto.
Tras salir de la trinchera, todo era correr entre cuerpos y humo: “Corrías y corrías y sentías que estabas en el mismo lugar, era una sensación horrible. Hasta que nos gritaron desde un container, fuimos y una hora después llegó la notificación por radio de que la guerra había terminado. Ahí te agarra un egoísmo de tocarte y decir ‘bueno, estoy sano’. Y después te empezás a preguntar si sabés algo de este o el otro. Había muchos de los que no teníamos idea. Fue difícil entender el regreso. Con el tiempo lo entendí”, recuerda.
DE MERCEDES A MAR DEL PLATA
Luego de la guerra y un regreso a Mercedes a bordo de un colectivo que se demoró por la cantidad de personas que había a los costados, donde “lloraban todos, los que se reencontraban y los que veían que sus hijos no habían regresado”, Aro se mudó a Mar del Plata para intentar rearmar su vida y terminar uno de sus proyectos previos: el profesorado de Educación Física.
“La posguerra fue durísima. En el Centro de Ex Soldados Combatientes me abrieron las puertas de par en par, ellos estaban en luchas muy importantes por el reconocimiento, el plan de salud, y tuve la suerte de dirigirlo también. El Centro fue uno de los pioneros en ver cómo ayudarnos entre nosotros, en esto de la lucha cotidiana para no olvidar. Y después a nosotros nos surgió otra institución, con la idea de trabajar más por afuera, de reconocer también a los papás, de hacerlos parte de una fundación. Así hoy en Mar del Plata por distintas razones hay varias instituciones y todas tenemos nuestras formas de trabajar”, recuerda sobre los hitos de su estadía en la ciudad.
Así, su vida en Mar del Plata se alternó entre sus objetivos personales, el Centro de Ex Soldados Combatientes y también varios viajes a Malvinas, a donde Aro volvía una y otra vez con “la necesidad de encontrar a ese Julio que había estado en Malvinas, porque el que vino ya era otra persona”. “Ya llevo varios viajes. Y nunca lo pude encontrar“, define.
Dentro de esos viajes a Malvinas era ineludible el paso por Darwin y su cementerio. Pero, más allá de esa “paz” que Aro asegura le da el cruzar la tranquera del lugar y abrirse paso entre las 232 cruces, en 2008 le hizo un click que dio paso a todo lo que vino después. “Vos caminabas buscándolos y no los encontrabas. Realmente, esa placa de Soldado Argentino solo conocido por Dios es la que nos partió la cabeza“, reconoce.
De esa manera, tras ese abril, pudo transformar ese malestar por no encontrar a sus compañeros en acción: “Fui a ver a mi vieja, le dije que me había molestado mucho y me respondió que ella no hubiera estado un segundo de su vida sin buscarme. Y de hecho después me enteré de padres que buscaron hasta el último día a sus hijos. Por eso, cuando se arma esto, buscamos la forma de encontrarlos y devolverles la identidad a esos compañeros”.
DE MAR DEL PLATA A LONDRES
Un proyecto denominado “Identidad compartida” entre madres de veteranos de los dos ejércitos fue el puntapié para que Aro, junto a los también veteranos José María Raschia y José Luis Capurro fueran invitados a Londres por primera vez, donde querían aprovechar para ver cómo gestionaban allá la posguerra y el acceso a la salud entre sus veteranos. Pero el destino hizo que se cruzaran casi accidentalmente con el coronel y encargado de los entierros en Darwin, Geoffrey Cardozo.
“Ninguno sabía hablar inglés y necesitábamos un traductor. Y todas las charlas terminábamos diciéndole al traductor que el cementerio de Darwin era una porquería, que no lo entendíamos. Hasta que uno de los traductores fue Geoffrey Cardozo. Nunca supimos quién era hasta el último día. Cuando le hicimos ese comentario, el tipo se agarró la pera y se fue para atrás… y dejó de traducir un momento. Después de eso, en los diez días que nos quedaron ahí, él siempre hizo de traductor, y nos pareció raro“, recuerda.
Pero un sábado, cuando volvieron al hotel después de ver un partido del Manchester de Carlos Tévez, se encontraron con que había una reunión más programada, con Cardozo y otras dos personas. La reunión parecía una más, de contención y de intenciones de avanzar en ayuda mutua entre veteranos más allá de las banderas. En ella, además, les remarcaron a los argentinos la importancia de hacer una fundación para impulsar su proyecto de identificación, ante lo cual Aro, Raschia y Capurro consideraron buena idea ponerle “No Me Olvides”, en referencia a la flor nacional y a modo de paralelismo con la “Red Poppy”, la amapola que simboliza el recuerdo de veteranos del mundo anglosajón.
Y a continuación se daría la piedra fundacional de los proyectos humanitarios, la entrega de los planos del cementerio a los veteranos argentinos: “De ahí nos fuimos a tomar unas cervezas y Geoffrey empezó a contar quién era, qué había hecho y que tenía algo para nosotros que, si bien no era secreto, lo tenía su gobierno, el gobierno argentino, la Cruz Roja y ahora nosotros. Nos llevó al taxi, sacó un sobre de madera de su pilotín y cuando lo empezamos a mirar no entendíamos nada. Pero era impresionante, veíamos fotos, coordenadas, datos. Así que cuando llegamos a Argentina lo hicimos traducir de manera confidencial por una docente”, recuerda.
No obstante, Aro no esconde la impotencia que le dio saber que todo este extenso camino podría haber sido más corto porque, según esos documentos, hasta el 19 de febrero de 1983 el gobierno británico le solicitó al argentino que fuera a reconocer los cuerpos. “Ese día se hizo la ceremonia final y pusieron los cuerpos en Darwin. Si hubiera ido alguien a sacar las huellas dactilares, nunca hubieran existido esas placas y tendríamos a todos con nombre y apellido como corresponde”, lamenta.
DE LONDRES A CORRIENTES
Los documentos despertaron la curiosidad y alimentaron todavía más la necesidad de identificar a quienes estaban debajo de las placas. “Empezamos a rastrear los números y letras, y encontramos que podían corresponder a un documento, y desde ahí llegamos a una pensión de guerra que se cobraba todos los meses en San Roque, Corrientes, a nombre de Gabino Ruiz Díaz, uno de los caídos que posiblemente estaba entre los no identificados. Fuimos allá, preguntamos dónde vivía Elma, la mujer que la cobraba, la fuimos a ver y nos atendió como a sus hijos. Por su estado de salud no nos animamos a decirle lo que teníamos. Le ofrecimos cosas que necesitaba y le prometimos volver. Y a los 15 días volvimos con todo, y nos animamos a decirle que estaba la posibilidad concreta de que con una gotita de sangre pudiera saber en cuál de las tumbas estaba Gabino“.
La mujer dijo que sí, que estaba dispuesta a dar su muestra sanguínea porque había sentido que su hijo estaba en Darwin. Les mencionó que en 1987 había estado en el cementerio y, si bien no lo encontró, mientras caminaba “sintió algo” y se aferró a una cruz. “No me animé a preguntarle qué cruz había agarrado. Recién le pregunté después de identificarlo, cuando el 5 de marzo de 2020 fuimos juntos a Malvinas. Me mostró que se había aferrado a la parcela A, fila 3, tumba 16 mientras que Gabino, su hijo, estaba en la parcela A fila 2 tumba 15: a una cruz. Es una cosa que no se puede creer“, relató.
“Ahí es donde arranca todo este trabajo, que para mí es artesanal, donde tuvimos cientos de palos en la rueda, que decían que nos pagaban los ingleses, que éramos ingleses, que queríamos traer los cuerpos acá. Incluso con el tiempo algunos nos han pedido disculpas donde vieron que no había nada político y económico atrás”, añade.
A partir de esas primeras decenas de identificaciones del PPH1 realizado en 2017 -el cual buscaba darle identidad a 122 combatientes- empezaron a aportarse cada vez más muestras sanguíneas de familiares al punto tal que, hasta julio de 2023, entre los dos primeros proyectos humanitarios ya son 121 los soldados identificados y, de esas 122 exhumaciones iniciales del PPH1, solo resta la identificación de cinco. A esos se sumarán los cinco soldados de las tumbas a cotejar en el PPH3.
Es por eso que hoy la búsqueda central, ese trabajo artesanal, está íntimamente vinculado a los familiares de los caídos: “Las muestras óseas ya están, solo faltan las muestras sanguíneas. Faltan familiares para poder cotejarlos. Por eso nuestro mensaje siempre es que si alguien conoció a algún veterano que no volvió, que se comunique con nosotros o con el medio donde vean una nota, para que nos guíen a buscar familiares. Con todo lo que hacemos con la fundación es que fueron apareciendo”.
DE CORRIENTES A LA PLATA
Pero pasar del proyecto a las exhumaciones en Malvinas no fue fácil, más al necesitar avales diplomáticos de dos naciones que se habían enfrentado en una guerra. Para lograrlo, la causa de No Me Olvides tuvo un militante inesperado pero central al momento de darles visibilidad: Roger Waters, fundador de la banda inglesa Pink Floyd y uno de los músicos más influyentes de la historia, a quien lograron hacerle llegar un mensaje con ayuda de Gabriela Cociffi, a quien en 2009 habían conocido a través del excombatiente Oscar Poltronieri y que desde entonces acompañó el camino de la fundación.
A través de Waters, en 2012 y antes de dar una serie de shows en Buenos Aires, lograron llegar a la entonces presidenta Cristina Kirchner: lo que llegaría después serían las gestiones diplomáticas para avanzar en los proyectos humanitarios.
“Con Roger Waters nos encontramos cada siete meses, hemos hecho actividades en todos lados. Y cada dos meses nos escribe. Para el recital de La Plata en 2018 hizo gestiones para llevar a 50 mamás, preparó un salón VIP para ellas. Yo no hablo una palabra de inglés, pero estaba Gabriela que traducía. Ese día había una mamá qom, Gabriela, él y yo. Por ahí no nos entendíamos, pero cuando nos abrazábamos llorábamos todos. Sonia Cárcamo, una mamá de Río Gallegos, vino con un longplay de Pink Floyd que escuchaba su hijo antes de morir. Fue todo tan fuerte que hubo un momento en el que él pidió que no le cuenten más cosas porque él tenía que salir a cantar y se emocionaba mucho. Así fueron los dos encuentros en La Plata”, cuenta Aro sobre alguno de los encuentros, al tiempo que anticipa que esperan volver a hacer algo similar cuando se presente a fines de 2023 en el Estadio Monumental.
“Todo el mundo lo admira como músico, y es admirable claro. Pero yo lo admiro mucho más como persona. Porque dejó todo para dedicarse a esto. Para nosotros ya había cumplido con hablarle de nuestra carta a Cristina Kirchner. Pero él se sigue involucrando, sigue llamando. Hasta se enteró del último compañero identificado, nos felicitó y nos preguntó en qué más podía ayudar. Hay personas que se involucran de verdad. Él lo siente porque su papá y su abuelo murieron en la Primera y en la Segunda Guerra Mundial, y uno de ellos está desaparecido: no tiene dónde ir a llorarlo. Entonces ahí comprendés cómo le llega que tengamos personas sepultadas sin saber quiénes son. Y como él, varios”, recuerda Aro.
DE LA PLATA A NORUEGA
Tras haber recibido junto a Waters el premio “Dos rosas por la Paz“, la notoriedad mundial que tuvo el trabajo de la fundación llevó a que se impulse en más de una oportunidad la precandidatura de Cardozo y Aro al Premio Nobel de la Paz, la última de ellas en 2021, cuando incluso pasaron a ser aceptados por el comité organizador, pero sin ser elegidos ganadores.
Sin embargo, Aro remarca una y otra vez que no se trata de nombres propios, que los diversos reconocimientos que alcanzan son a la causa que persiguen incansablemente desde 2008. Por eso las postulaciones llegan desde otros sectores. Ahora, luego de haber recibido el visto bueno de la Universidad Nacional de Mar del Plata en 2021, anticipó que la universidad King’s College de Londres -donde este año dieron una charla- también podría impulsar una nueva candidatura.
“Si algún día tenemos esa suerte de ganarlo, seremos los que lo tengamos un ratito en nuestras manos, pero ese premio sería de las madres que los parieron y de los compañeros que no volvieron. Con eso sería la causa lo que esté en lo más alto posible. No importa Julio Aro, no importa la fundación, no importa Geoffrey. Es la causa. Entonces nos enorgullece estar ahí y ser embajadores de la paz. Pero no es la chapa, es lo que se hace por la causa Malvinas”, reiteró.
EL ¿FINAL? DEL CAMINO
¿Qué pasará el día después en caso de lograr lo que se propusieron, identificar a todos los soldados argentinos sepultados? Aro lo tiene claro: identificar a los soldados es un objetivo primordial, pero no el único. Y el día después de ese final del camino, para ellos será continuar con ese acompañamiento a los familiares que también se encomendaron a sí mismos desde el primer día, quizás desde que su propia madre le dijo que no hubiera dejado de buscarlo. También seguirá con el ejercicio de memoria permanente, con el recuerdo de sus compañeros caídos, como con el memorial que inaugurarán -según proyectan- a fin de año en la zona sur de Mar del Plata.
“Hoy el Equipo Argentino de Antropología Forense y el Ministerio de Justicia están trabajando muy bien. Nosotros, la fundación, solo somos un nexo que venimos ayudando por afuera a las familias, a los papás. El caso de Jorge Eduardo López, el último identificado, se lo identificó gracias a no haber perdido nunca el vínculo. Por eso, el primer día después de la muerte de la mamá de López, la hermana lo primero que hizo fue llamar a Gabriela Cociffi, y hoy está feliz porque sabe dónde está su hermano. Por más que te digan que sí quieren dar las muestras o no, nosotros los llamamos cada dos meses y te cuentan cosas. Hay una reciprocidad, no es todo la muestra de sangre“.
Hoy, al menos una parte de ese camino iniciado por No Me Olvides espera por su capítulo final, la tercera etapa del proyecto humanitario: “No se deja a nadie en el campo de batalla. Hasta el último respiro lo vamos a intentar hacer. De hecho nadie apostaba nada y tenemos a un compañero más identificado. Decir números es difícil porque son personas. Es un compañero. ¿Se hará o no se hará el PPH 3? Lo vamos a intentar hacer. De alguna u otra manera. Las familias lo están esperando”.
“Y la vida después seguirá por ellos, con el memorial del barrio Costa Azul, mencionándolos permanentemente donde podamos, como pasa con los nombres en los jardines para dejar en claro a los padres que sus hijos van a seguir vivos, que van a ser inmortales. Entonces, ayudar a los padres, a las madres, ver de qué manera podemos estar con ellos cuando nos necesiten, esa será nuestra vida. Nuestra prioridad serán los padres, las madres, las familias, nuestros compañeros que no volvieron. Y que de cada uno sepa quién es, qué hizo y que no se olviden de ellos“, concluye.
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