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Río Grande

20 de julio de 1942: aniversario del nacimiento de Virguinia Choquintel

Virginia Ángela Choquintel Napoleón nació un 20 de julio de 1942 en Río Grande. Sobre su padre Natalio Choquintel, Virginia recordaba: “todas las tardes venía a buscarme y me llevaba a pasear a caballo”. No recordaba “si conversábamos”, dijo, sin embargo.

Su madre, Magdalena Saenes, falleció en el año 1946 producto de una epidemia cuando Virginia tenía 4 años: “De mi mamá casi no me acuerdo... murió cuando era muy chiquita”, dijo una vez Virginia.

De joven, ella no hablaba lengua selknam, pero sabía quién era por testimonio de la tradición oral.

Virginia fue criada por las hermanas de la orden de María Auxiliadora, cuando quedó huérfana de madre y padre. La hermana Luisa Rosso, y especialmente la hermana Berta Weber. Por eso, fue pupila en la Misión Salesiana de Río Grande en donde su identidad cultural quedó relegada. Virginia nunca comprendió porqué las religiosas no la entregaron a su madrina, Ángela Loij: “Me gustaría estar con Ángela Loij, yo ayudándola a ella o ella cuidándome a mí. No importa. No sé cuántos años tendría ella. Ella era la madrina de bautismo mía”, relataba.

En la Misión Salesiana realizó sus estudios básicos y vivió gran parte de su vida alli. Se conservan aun sus primeros cuadernos y bordados infantiles.

De esos tiempos, en la Misión, Virginia recuerda que había cerca de 30 niños y niñas; junto a los niños nativos estaban los hijos de los colonos que vivían como internos.

"Nosotros teníamos que saber cantar el Himno Nacional de Chile y el argentino. Tal vez porque había alumnos chilenos también, y nos hacían hacer la banderita chilena. Y cantábamos en latín la misa, como los responsos. Las chicas del María Auxiliadora íbamos a la Escuela Nº2 porque no había todavía maestras. Nos llevaba y nos traía las hermanas, me pesa a mí la tristeza de no tener nadie de mi sangre. Porque la necesito. Yo a veces converso sola”, lamentaba Virginia.

Ella sabía coser y bordar, lo había aprendido en la Misión. Con las religiosas también aprendió algo de música.

Los recuerdos de Virginia se hacían muy difusos al hablar de sus antepasados y de su pueblo: “De las matanzas de indios no sabía nada, a mis abuelos los habrán matado... recién me enteré de las matanzas hace algunos años”.

Cuando esos comentarios llegaron a sus oídos trató de obtener información: : “Yo tuve curiosidad, por saber de las Onas. He leído un libro, pero después lo cerré y no lo volví a abrir más, me ponía muy mal...”, contó una vez.

Por problemas de salud Virginia fue derivada al patronato de menores de Río Gallegos. En esa ciudad vivió por 20 años realizando tareas domésticas.

Luego se fue a vivir a Ramos Mejía, en Buenos Aires, hasta el año 1988. Durante 10 años ayudó a criar a los hijos y nietos de su amiga Sonia Navarro, formando así una familia que la acogió entre sus integrantes.

Pero en la década de los años 80 conoció a quien fuera su gran amor y esposo, Antonio “Nino” Citraro, hijo de inmigrantes italianos procedentes de Sicilia. Con él, contrajo matrimonio, aunque él era muchos años mayor que ella, y no tuvieron hijos.

Virginia solía contar de sus noviazgos, que salía mucho a bailar cuando estaba en Buenos Aires. Y aseguraba que, a pesar de haber tenido una vida triste, se sentía feliz junto a su esposo Nino.

En la misma década que conoció a Nino, Virginia fue reconocida como una de las últimas selknam existentes.

En 1989 y a través de la Municipalidad de Río Grande y de Acción Social de Tierra del Fuego, lograron repatriarla a su ciudad natal; obtuvo su Documento Nacional de Identidad, que hasta entonces no poseía; le otorgaron una pensión graciable equivalente a una categoría 20 de gobierno y una casa en Chacra II. Con todo esto, se estableció en esta ciudad de Río Grande, cuidando a su esposo que ya era muy mayor y padecía diabetes.

Recién entonces fue, que empezó a conocer su pasado y el de los suyos. Alcanzó notoriedad y muchos estudiantes comenzaron a visitarla: “Me preguntan si yo sé cómo hacían fuego los indios, yo no sabía, ellos me decían que, con piedras, ahora ya lo sé. Me hacían muchas preguntas, al final ellos sabían más que yo...”, reconoció.

La muerte de Segundo Arteaga, y la ceguera y posterior muerte de su esposo Nino, fueron golpes devastadores para Virginia. Esto, la sumió en una gran depresión.

El 29 de abril de 1992 en el “V Centenario del Encuentro de Dos Culturas'', a través del decreto municipal N 210/92 se la declaró Ciudadana Ilustre, reconocida como la “última referente de nuestra tierra”.

El 19 de abril de 1997 Virginia en su calidad de descendiente Ona pura, recibe una plaqueta conmemorativa, instituida por los reyes de España en el Día Americano del indio. Dicho acto se realizó en las instalaciones del Museo de Ciencias Naturales e Historia de la municipalidad de Río Grande.

En una actitud abiertamente conciliatoria y reivindicativa y dicha placa conmemorativa fue entregada a la ciudadana ilustre por el cónsul honorario de España, en Río Grande el señor Manuel Rodríguez Sánchez.

El acto contó con la presencia de autoridades locales y ciudadanos ilustres. El escritor Miguel Rizzo Avellaneda explicó por qué la fecha es considerada como el día Americano del Indio. Mientras que el director del museo Carlos María Ratier indicó que los reyes Juan Carlos y Sofía a través del Comité de Solidaridad para los Pueblos Aborígenes de Iberoamérica, distinguen la persona de Virginia Choquintel para saludar en este día a sus hermanos de América toda.

“Sería difícil y extenso recordar toda la historia de estos pueblos, auténticos dueños y señores del solar americano, por eso me queda solo pedirle a nuestra sociedad, a finales del siglo XX y principios del XXI; que tenemos que integrarnos con los pueblos indígenas, con los auténticos señores de la zona, respetando sus costumbres, sus creencias, su forma de vida. Integrándose plenamente a nuestra comunidad para que los años venideros nos encuentren trabajando todos en conjunto y logrando un mundo mejor”.

Al término de sus palabras hizo entrega de la plaqueta y dijo en nombre de sus majestades y en representación de Juan Carlos Bordon y la reina Sofía: “Tengo el honor de hacer la entrega usted de esta distinción que ellos han instituido a través del Comité de Solidaridad con los Pueblos Aborígenes Iberoamericanos”. Virginia por su parte manifestó su alegría: “Porque de tan lejos se han acordado de que yo existo no sé cómo se han enterado”. El acto se cerró con la lectura por parte de Ana Córdoba de Colazo del poema El Bastón de Lola, escrito por Mingo Gutiérrez.

Virginia expresaba que no le interesaban los actos de protocolo, sino aquellos reconocimientos espontáneos que se manifestaban con la sencilla visita a su domicilio preguntando por su estado y por sus necesidades: “A veces quiero que se acuerden de mí; que Virginia existe, que es un pedacito de Río Grande, que es su tierra y yo la quiero mucho. Siempre pido ¿Por qué no van a ver a Virginia? aunque sea a golpearme la ventana, ¿Cómo estás? ¿Precisás algo?” reclamaba con firme dulzura.

Murió un 2 de junio de 1999 a la edad de 56 y fue enterrada en el cementerio local junto a su esposo. Su velatorio se realizó en el Concejo Deliberante de la ciudad de Río Grande. La comunidad de pueblos originarios realizó una serie de homenajes y reclamos reivindicatorios.

En su memoria, el museo Municipal, pasó a llamarse "Museo Municipal Virginia Choquintel". El 3 de julio del 2021, con motivo del Centenario de la ciudad, el Intendente Martín Pérez, participó de la reapertura del Museo “Virginia Choquintel”. El mismo fue remodelado, replanteando las temáticas expuestas. Hoy, el museo ofrece nuevos circuitos que refieren a la historia e identidad de la ciudad de Río Grande.

Al final de su vida Virginia se sintió reconocida como “mujer selknam” y casi no podía hablar de su pueblo. Sentía gratitud hacia quienes la criaron, pero estaba implícita su condena por haberle borrado su pasado. Mientras era homenajeada, por los que vivían en las tierras de sus ancestros, no dejaba de sentirse una ilustre olvidada.

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