Esta semana, su nombre y su rostro han copado las páginas de todos los periódicos y canales de TV de la prensa argentina e internacional. De una punta a otra del país sudamericano, no hay sitio en el que no se esté hablando de la situación judicial de Cristina Fernández de Kirchner (CFK). A sus 69 años, y con una larga carrera política a su espalda, Cristina, que es como la llama todo el mundo, ha logrado convertirse en l a mujer más importante del escenario político argentino. Y esto es algo que tanto sus admiradores como sus detractores reconocen. Tal vez, el único punto en el que concuerdan.
Pero, ¿cómo ha sido el camino que ha llevado a esta abogada oriunda del sur de Argentina a convertirse en icono político? Nacida en La Plata (la capital de la provincia de Buenos Aires) en 1953, desde joven comenzó a sentir afición por el complejo mundo de la política. A lo largo de toda su vida, su carrera política aparece entrelazada con su vida personal y familiar, dos mundos que se cruzan desde su juventud e imposibles de analizar por separado. Su primer contacto con la política ocurrió en la década de 1970, cuando se afilió al Partido Justicialista y se convirtió en militante de la Juventud Peronista, mucho más radicales que el partido e influidos por el izquierdismo revolucionario de la época.
También en esa década la futura abogada –estudiaba esa carrera en la Universidad de la Plata– conoció a quien luego sería su marido y compañero de vida: Néstor Kirchner. Juntos formarían un dúo que se mantendría en la cima del poder durante más de 10 años. Familia y política Eran compañeros en la universidad y, tras haber contraído matrimonio en el año 1975, se mudaron a la ciudad de Río Gallegos, al sur de Argentina. Allí comenzaron a trabajar juntos. En un principio, en un estudio jurídico que formaron.
Luego, en el ámbito de la política. Tuvieron dos hijos: Máximo (nacido en 1977) y Florencia Kirchner (nacida en 1990). El mayor de los hijos es hoy uno de los principales referentes del movimiento kirchnerista y lidera la agrupación de este signo político llamada La Cámpora. Una vez más, familia y política de la mano. El primer cargo que obtuvo la actual vicepresidenta llegó en el año 1989, como diputada provincial de Santa Cruz. Luego fue senadora nacional. Su esposo era, en ese momento, gobernador de esa provincia. La carrera política de ambos escalaba poco a poco , pasando de cargos provinciales a nacionales hasta que en 2003 dieron el gran salto a la Casa Rosada, con la llegada de Néstor Kirchner a la presidencia. Cuatro años más tarde, su esposa lo sucedería en este cargo, convirtiéndose en la segunda mujer que presidiría Argentina en la historia después de María Estela Martínez de Perón (1974-1976).
En octubre de 2010 falleció Néstor Kirchner. Un año más tarde, Cristina sería reelegida con más del 54% de los votos para un segundo mandato entre 2011 y 2015. Un padre ausente La historia de Cristina y su vínculo con su esposo despiertan casi obsesión en Argentina.
En su libro ‘Cristina Fernández, la verdadera historia’, la periodista Laura Di Marco asegura que la ausencia de una figura paterna en su infancia explica la búsqueda de protección en su esposo Néstor desde que lo conoció. Cuenta que hay quienes dicen que su «padre verdadero nunca la reconoció» y que su padre biológico no fue el conductor de autobuses que le dio su apellido, Eduardo Fernández. La periodista la describe como «una mujer audaz, innovadora, dependiente e influenciable» . Su descripción contrasta con la percepción de parte de los argentinos de que es obstinada y maltratadora, esta faceta que la política ha dejado ver en varios contactos con la prensa. En el mes de julio regañó en público a la presentadora de un evento del que participó por la manera de referirse a ella. «Para la próxima, querida, nunca más me digas ‘excelentísima’ que detesto que me digan así. Con Cristina y señora vicepresidenta está bien, alcanza y sobra», lanzó. Maternal y protectora, Fernández de Kirchner estableció con su hija menor, Florencia, una relación de cuidado e incondicionalidad, especialmente cuando la joven estuvo ingresada en Cuba tras sufrir estrés postraumático y un linfedema en las piernas. Con su otro vástago, Máximo, el vínculo excede lo familiar.
En Argentina hay quienes aseguran que es el sucesor político de su padre y algunos consideran que heredará el rol de líder del movimiento kirchnerista. Con respecto al vínculo entre los dos esposos, Cristina y Néstor, el periodista argentino Ceferino Reato, en un artículo del medio argentino Infobae, asegura que ambos tenían «temperamentos volcánicos» pero que, «sin embargo, nunca permitieron que las discusiones y peleas afectaran el intenso vínculo político que los unía». El mismo artículo relata que algunas rispideces entre ambos estaban vinculadas al gusto de Cristina por los artículos de lujo y la ostentación. Su elegancia fue foco de críticas desde el inicio de su carrera política, debido al contraste que generaba con un país en crisis y con altos niveles de pobreza. Desde los inicios de su presidencia hasta la actualidad, su afición por los artículos de la firma Louis Vuitton ha sido una constante y sigue despertando críticas.
Sin ir más lejos, el año pasado llamó la atención de la prensa local un cinturón de esta marca que Cristina exhibió en el Congreso de un precio de 700 dólares, un valor que supera el salario promedio argentino. Su afición por las prendas de lujo llegó a la prensa internacional cuando el ‘New York Post’ publicó en 2011 que ella había comprado 20 pares de zapatos de la firma Christian Louboutin por un valor de 100.000 euros en París.
Doce años duró en el poder el kirchnerismo, entre el mandato de Néstor y los dos de su esposa. En varios discursos, ambos celebraban con entusiasmo más de 10 años en la presidencia, refiriéndose a su paso por la Casa Rosada como «la década ganada». Sin embargo, para la actual vicepresidenta argentina este ha dejado de ser un número de la suerte: 12 es exactamente la cantidad de años de prisión que pide para ella el fiscal que la acusa de corrupción. A medida que crecía su poder en Argentina, la expresidenta comenzó a estar en el ojo de la justicia. Algunas de las causas judiciales emprendidas contra ella y que han sido sobreseídas la vinculaban con acusaciones de corrupción y lavado de dinero. Pero ahora, en la causa llamada Vialidad, en la que se la vuelve a acusar de corrupción, ha llegado a una instancia que verdaderamente le preocupa, ya que corre el riesgo de ir a la cárcel.
La petición del fiscal ha generado un efecto casi predecible en el pueblo argentino: la mitad festeja, la otra mitad sufre. Lo que es seguro es que para ningún ciudadano la figura de Cristina pasa inadvertida. Nunca. La ecuación es simple: la aman o la odian. A lo largo de los años, se ha construido alrededor de su figura una mística tal que, para muchos, se ha transformado casi en una cuestión religiosa.
En Argentina la política se vive y siente casi como el fútbol. Y en el River-Boca del escenario político actual, la bruma de las pasiones no deja espacio para los grises. Hay fanatismo de ambos ‘bandos’. Quienes adoran a la vicepresidenta actual –que ostenta mucho más poder que el actual presidente Alberto Fernández, y esto es sabido en Argentina– lo sienten, lo gritan y hasta lo cantan en las calles. «Si la tocan a Cristina, que quilombo (lío) se va a armar», reza una de sus canciones más conocidas. Otro de sus versos dice: «Cristina, Cristina, Cristina corazón. Acá tenés los pibes (chavales) para la liberación». Los fanáticos aplauden. Los detractores, aborrecen. La división empeorará Del otro lado de la política, en el bando contrario, quienes la detestan no pueden siquiera escuchar su nombre o su voz. Llegan a llamarla ‘la yegua’, y se dirigen a los representantes del movimiento como ‘kk’, en alusión a la K del kirchnerismo. Los que la defienden consideran que está siendo víctima de una «persecución judicial» como creen que ha sucedido en otros países latinoamericanos. Los que la critican, la consideran una ladrona a gran escala. Amada y abominada, pero nunca indiferente.
Los sentimientos que genera se acercan a los que despertaba Eva Duarte de Perón, la última mujer que consiguió tener semejante peso en la política argentina. Fascinación y una adoración cuasi religiosa, de un lado. Odio, del otro. El mismo que llevó a escribir ‘Viva el cáncer’ en las calles de Buenos Aires, en alusión a la enfermedad que acabó con su vida. Síntomas de una sociedad cada vez más dividida y polarizada. Como entonces, empieza a suceder que hay familias argentinas que se separan, amigos que no se hablan debido a sus diferencias de opinión con respecto al kirchnerismo y su líder, Cristina. Esto se evidenció el martes, cuando coincidieron en la puerta de la casa de la actual vicepresidenta en el lujoso barrio porteño de Recoleta admiradores y detractores, tras darse a conocer el pedido de prisión para la líder del kirchnerismo por parte del fiscal del caso. Los ‘antikirchneristas’ celebraban la decisión del fiscal y se acercaron con sus cacerolas para festejar.
Los admiradores se dieron cita allí para «hacerle el aguante» –respaldar– a su líder. Pese a que se había colocado un vallado para separar a ambos grupos, la violencia escaló y hasta intervino la policía. Una vez más, la violencia. Desde el martes, un grupo de personas ha decidido acampar en la puerta del domicilio de Cristina en señal de apoyo. Ella misma ha convocado a una marcha en su defensa. A medida que avance el juicio, y se acerque el día del fallo, es de esperar que el humor social empeore. Sea cual fuere la decisión de la justicia, el resultado es casi predecible: indignación en la mitad de los argentinos; alivio en la otra mitad.
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